Aunque algunos acontecimientos históricos pudiesen prestarse a confusión y/o sorpresa por la forma como acontecen, bueno es aclarar que muchos de estas situaciones actuales, de este tiempo, comenzaron hace un par de siglos y otras tienen más años.
Por eso es interesante conocer el libro del historiador argentino Horacio Salduna “Bolívar y los argentinos” (*), porque el mismo tiene detalles ignorados por muchos latinoamericanos y que tienen que ver con este tiempo político tan activo que vivimos en la realidad actual.
En el Capítulo referido a El mundo en tiempos de la Guerra de la Independencia, Salduna, miembro de la Academia Argentina de la Historia, del Instituto de Historia Militar y del Instituto Urquiza de Estudios Históricos, y autor de unos ocho títulos, entre La muerte romántica del general Lavalle y La muerte de Urquiza, explica que para entender las circunstancias, los hechos de la guerra de independencia suramericana, “así como las relaciones y las diferencias entre las dos corrientes libertadoras, la del norte liderada por Bolívar y la del sur encabezada por San Martín, conviene hacer un paréntesis y recordar, aunque sea en forma muy sintética, lo que acontecía en los más poderosos centros de poder mundial”.
Y lo escribió de esa manera, porque consideró que es de aquellos tiempos y de los actuales, de donde “provienen las principales causas y razones de las experiencias políticas de los países periféricos”. Para fortuna de las naciones suramericanas, los conflictos de intereses entre las grandes potencias del mundo impidieron que se coligasen para frustrar sus sueños emancipadores”.
Tal vez tenga razón Salduna y quizá todo fuese distinto, diferente a la realidad que hoy vivimos, pero lo cierto de todo es que, los asuntillos –por llamarlos de alguna manera- que presuntamente habrían quedado pendientes por parte de los imperios y que a lo mejor estaban como un alerta congelado para los latinoamericanos, están presentes en el tapete que configura la realidad geográfica de este mundo sureño.
Escribe el historiador Salduna que, “En 1822 todas las potencias del mundo, excepto España y Rusia, estaban convencidas de que la independencia total o parcial de la mayor parte de América del Sur era inevitable. Lo que preocupaba a las cortes europeas y dificultaba el reconocimiento a las nuevas naciones era su temor de que esto apareciese como un triunfo de las ideas revolucionarias y republicanas, en desmedro del prestigio de las monarquías absolutas y como una humillación para la figura de los reyes, amén del mal ejemplo para sus propios reino y para el resto del mundo”.
Pero – a juicio de quien escribe e interpretando a Salduna - como todo se trató y se trata de intereses, tales potencias, incluida Inglaterra, no les gustaba la idea de que Estados Unidos se llevara todo el crédito al reconocer a las nuevas naciones que estaban surgiendo en medio de la gran guerra y hace alusión, precisamente, que en aquel tiempo James Monroe “había levantado la bandera” a favor de las naciones del sur de América que se emancipaban del dominio europeo. América para los americanos.
Los intereses siempre primero
Consideró el autor de La muerte romántica del general Lavalle (Al menos aparentaban así los hechos. PE), los estadounidenses tenían simpatía por las naciones que lograban sus emancipaciones y estaba inclinado a reconocerlas, “aunque sin enviar apoyo militar alguno ya que tenía asuntos pendientes de mayor interés como lograr la cesión de La Florida por parte de España, que luego obtuvo de Fernando VII. Para Estados Unidos la independencia de las naciones suramericanas implicaba el triunfo de su propia experiencia republicana; su reconocimiento le permitía captar gran parte del comercio y transformarse en el líder de todo el continente, con mejores posibilidades de competir con la poderosa Europa”.
Pero los estadounidenses, según Salduna, no estaban solos en esa carrera de hacerse del negocio de las nuevas naciones suramericanas, porque los ingleses también estaban pendientes de sus intereses, como buen imperio del mar, y si bien no se oponía al reconocimiento de los nuevos países, lo hacía con la condición de que no fueran creadas “…repúblicas anárquicas sino monarquías fuertes y estables, como lo había hecho el Brasil. Estaba también implícito en ello el deseo de Inglaterra de vengarse de la ayuda prestada por España a la revolución de sus colonias norteamericanas pero se negaba a toda forma de ayuda militar para restablecer el imperio español en América. Tampoco quería Inglaterra enemistarse con España por temor a que ésta se inclinase por una nueva alianza con Francia”.
Obviamos detalles explicados por Salduna en su libro, relativos a las inclinaciones de Rusia, España y la reconquistas de las excolonias españolas en América así como la propuesta francesa de enviar 100 mil soldados a España para colaborar en el restablecimiento del absolutismo e monárquico para la reconquista de los reinos americanos, as unto que fracasó porque Estados Unidos e Inglaterra se opusieron e impidieron que las naves zarpara de puertos españoles, y así llegamos al reconocimiento de Estados Unidos a la independencia de Argentina y a partir de tal reconocimiento, “…el Primer Ministro inglés, George Canning, comenzó una difícil tarea diplomática tendiente a convencer a España, a las demás potencias europeas e incluso a su propio rey, de las conveniencias políticas y comerciales del reconocimiento de las naciones suramericanas que, según él, tenían un gobierno de facto. Recién a fines de de 1825 el rey Jorge IV y su gabinete, algunos con desagrado, aprobaron el reconocimiento de los gobiernos de Buenos Aires, México y Colombia. Canning envió alborozado la noticia al embajador inglés en París, Lord Granville:
“El hecho está consumado; se ha clavado el clavo. La América Española es libre, y si no confundimos nuestros asuntos de una manera calamitosa, es británica”. (**)
El sueño de Inglaterra
El último párrafo de este Capítulo, del libro de Horacio Salduna, muestra una vez más que los imperios, bendecidos por no se sabe que divinidad, siempre se han valido del poder militar y de sus intrigas para adueñarse de muchas regiones del mundo. Así dice:
“Canning advirtió que Inglaterra debía oponerse tanto a la Santa Alianza de las cortes europeas como a la que pudiera establecerse entre las naciones republicanas del norte y del sur de América. Trabajó con éxito para convencer a los gobernantes suramericanos de que Inglaterra era la única que poseía el poder marítimo suficiente para defender sus ambiciones independentistas y proteger su comercio. Inglaterra afirmó esta posición no solo con una intensa y hábil acción diplomática sino también con ayudas financieras y militares a los revolucionarios de las provincias americanas de España, en especial a Bolívar. La independencia suramericana quedó así, por mucho tiempo, bajo la prevaleciente influencia inglesa”.
De hecho, Canning, en nuestra interpretación basada en lo que escribió a Lord Granville, el embajador inglés en París, apreciaba, sentía que América era de los ingleses, les pertenecía y hoy, en este siglo XXI, siguen creyendo su propia sueño propietario de nuestro continente, cuando quieren hacer ver a los demás que Las islas Malvinas de Argentinas, son de su propiedad. El absolutismo, esa creencia de la divinidad otorgada a sus reyes, sigue siendo una enfermedad imperial.
(*)
Bolívar y los argentinos
SALDUNA, Horacio
Editorial Ex Libris, Caracas 2004
(**)
Historia de la Argentina
SIERRA, Vicente
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