Sociedades Americanas en 1828

La juventud americana necesita abrir los ojos sobre su situación, y los niños tienen que aprender a leer. Los jóvenes que han de reemplazar a los padres de hoy, deben pensar y escribir mejor que sus abuelos, si quieren que en América haya patria y lengua. Esto no lo conseguirán con escrúpulos, ni con burlas, ni con puntitos de erudición.
Simón Rodríguez, en Sociedades Americanas en 1828



domingo, 18 de abril de 2010

En los tiempos de 1810, un joven difícil de manejar

No es fácil ni hablar ni escribir sobre el hombre que ha llevado sobre sus hombros la historia de la libertad del continente americano del sur como lo es el Libertador Simón Bolívar, y mucho menos para un curioso como este comunicador quien escribe y que siempre intenta hacer lo mejor posible en ese sentido, y que, gracias a historiadores, investigadores y demás profesionales acuciosos que han hurgado en la vida de este héroe permite conocer aún mas a este gigante.
Augusto Mijares, por ejemplo, en el prólogo de Doctrina del Libertador (1), al referirse al pensar, a esa ética del guerrero, precisa que “Sí: solamente aquellos escrúpulos morales podían detener al infatigable. Y haberlos conservado intactos hasta el término de su vida, a través de tantas perfidias y desilusiones, es uno de los rasgos más hermosos de su carácter”.
Aun siendo magno, cuya elevación está por encima de nuestra inmensa geografía en América Latina y en otras partes del mundo, Simón Bolívar resulta ser un hombre que cada día se encuentra más cerca de nuestros surcos, de nuestros polvorientos caminos y de nuestras calles y modernas avenidas y si algunos no comparten esa idea, al menos lean de otros la manera como su personalidad se desarrollaba entre esos días y meses que giraban alrededor de 1810. Sobre su conducta de aquellos tiempos, el estadounidense Waldo Frank (2) escribía:
“Simón Bolívar fue nombrado juez de paz de San Mateo, y ello dio también lugar a una escaramuza. La costumbre exigía que los nuevos funcionarios americanos nombrados por el rey se trasladaran a Caracas para prestar juramento, cualquiera que fuese la distancia del lugar en que vivieran.
Simón estaba demasiado atareado en sus cosas, y envió a su hombre de leyes con poderes para que hiciese de procurador suyo. El tribunal real insistió en que compareciese personalmente. Simón Bolívar se negó a ir y calificó la exigencia de abusiva y molesta, sin más fundamento que la arbitrariedad de los de arriba, es decir, de los españoles, y el servilismo de los criollos.
Joven difícil de manejar
El nuevo capitán general de Venezuela, Vicente de Emparan, que acababa de llegar de España, estimó que aquel joven (Simón) era difícil de manera, pero no lo creyó peligroso. Se hicieron amigos. Durante una alegre comida de hombres solos, en Caracas, Bolívar se puso en pie y brindó por la independencia de América. Emparan, que se hallaba presente, sonrió sin darse por enterado. Se descubrió una conspiración. El capitán general impuso un castigo suave a Bolívar, que estaba complicado en ella, desterrándolo durante algunas semanas a sus tierras de San Mateo. Encargó al marqués de Casa León que hablase con el simpático joven, a fin de que no fuese demasiado lejos en aquel jugar a la insurrección, que estaba de moda. Simón Bolívar le escuchó en silencio, respetuoso, y luego le dijo: “Muy bien dicho, marqués. Pero nosotros hemos declarado la guerra a España, y habremos de ver lo que habremos de ver”. Hallábase Bolívar tranquilamente en San Mateo cuando, el 19 de abril de 1810, los ciudadanos más activos de Caracas se apoderaron de la Capitanía General, llevaron a viva fuerza a Emparan hasta el Cabildo y le obligaron a renunciar a su cargo”.
Como señalamos al principio, no es fácil escribir de este héroe, así como tampoco lo es definir su carácter, aunque asombre por la calidad del mismo. El periodista e historiador Antonio “Chino” Manrique (3), precisamente sobre esa parte muy humana de Bolívar, escribe:
“La falta del amor y cariño de los padres, fue sustituido por el de las hermanas, los tíos y algunas negras esclavas: Matea e Hipólita, especialmente de ésta última, y de una vecina de su casa que había nacido en Cuba, Doña Inés Manceba de Miyares, quien lo amamantó en sus primeros meses”.
Y más adelante, Manrique sigue:
“No obstante, que la mayoría de sus biógrafos ha dejado sentado el sentimiento triste del niño, su carácter resultó temperamental. Arístides Rojas, por ejemplo, en sus Leyendas Históricas de Venezuela, nos dice: “Insoportable pareció desde su tierna edad el niño Simón Bolívar. No podía con él ni la madre, ni el abuelo, ni los tíos, pues solo obedecía a sus instintos y caprichos, se burlaba de todo, haciendo exactamente lo contrario de cuanto se le aconsejaba. Inquieto, inconstante, voluntarioso, imperativo, audaz; poseía toda la fuerza del muchacho a quien le han celebrado sus necedades, haciéndole aparecer como una cosa nunca vista…”

MIJARES, Augusto
Simón Bolívar
Doctrina del Libertador
Fundación Biblioteca Ayacucho, 2009
 
FRANK, Waldo
Simón Bolívar, nacimiento de un mundo
Fundación Editorial El perro y la rana, 2006
Ministerio del Poder Popular para la Cultura
Venezuela
 
MANRIQUE, Antonio
Pléyade de Héroes
Fondo Editoorial Editorial, 2010  

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