Los tiempos de independencia nunca, en ningún lugar del mundo han sido fáciles, ni en un continente ni en otro, ni en un idioma conocido o desconocido, simplemente es el sentir del ser humano por ser libre, amoroso, protector de su familia, con fe en un futuro mejor, y lleno de solidaridad, ya que por fuerza de esa sustancia origina la gran igualdad.
Así de simple y millonaria (por usar un derivado término que al final es vulgar), es la vida, pero lo es por la sencilla razón de que la vida es eminentemente el gran aprendizaje. Por eso, al ir al pasado y hacer presencia en los momentos del 19 de abril de 1810, venezolanos y latinoamericanos entendemos aquellos acontecimientos como un vivo aprender de lo que ocurría y ocurre en este presente.
Tampoco tenemos que inventar tonterías, pues la historia asume con la misma fuerza lo que dicen los tontos que lo que hablan los individuos inteligentes y luego, en libre albedrío deja que los acontecimientos se desencadenen, con las consecuencias inimaginables –quizá predecibles- que suelen impactar severamente a los humanos.
Desencadenante energía libertadora
El abril de 1810 fue un portal del pasado, que trajo a nuestro presente la más desencadenante energía libertadora que soñaban nuestras mujeres y hombres, no solo venezolanos sino americanos todos del sur.
Argumento con el apoyo del notable Rufino Blanco Fombona y parte de su trabajo recopilado en los Ensayos Históricos (1), en el Capítulo II, La Independencia, concerniente al tópico relativo al tema La Evolución Política y Social de Hispanoamérica.
Al tratar el carácter de la revolución, Blanco Fombona consideró que a fuerza de ser una potencia conquistadora, los españoles ejercieron la soberanía en nuestras tierras de acuerdo “con su carácter y educación nacionales, como mejor le parecía. Era lógico. Reprocharle su conducta, sobre ocioso es absurdo, y probar que se ignoran las leyes sociológicas”.
Pero también alega que condenar la revolución sería igualmente ignorancia de las mismas leyes. Su planteamiento es interesante y válido para quienes hoy día, en este siglo XXI, se plantean y reclaman la necesidad de hacer la revolución en sus tierras.
De vuelta a la revolución
A nuestro modo de ver, esa manera, ese carácter y esa educación fueron heredados por las oligarquías nacionales de América Latina; hubo pues, modificaciones, distintas maneras de vestir que facilitaron el manejo de la soberanía por parte de los grupos de poder que se conformaron en el transcurrir del tiempo.
De vuelta al ensayista, éste escribe que “Para fines del siglo XVIII ya estaba en sazón en América una raza de hombres, hijos de conquistadores y colonizadores europeos, que podían dirigir una corriente de opinión adversa a la madre patria; las circunstancias exteriores fueron propicias, y sobrevino la Revolución de la independencia”.
¿Hay que hacer mucho esfuerzo para expresar que nosotros, los latinoamericanos de hoy día, hijos de los hijos, de los hijos de los hijos, etc., de quienes vinieron a estas tierras hace siglos, con una mezcla exquisita, un mestizaje increíble, con un nuevo modo de ver la vida y con un carácter completamente distinto, no debemos plantearnos la revolución o retomar la iniciada por nuestros primeros padres? ¿Acaso no tenemos derecho a tener una opinión adversa a quienes han controlado nuestros países por siglos?
Sigamos con este importante intelectual.
Blanco Fombona refiere que “La Revolución se hará con máximos ideales: para establecer la nacionalidad, en vista de la inferioridad política de las provincias y de sus pobladores, y para mejorar, como era natural, el régimen económico”. Y después añade:
“En plena decadencia política (pudiera decirse lo mismo de ciertas democracias actuales), industrial y mercantil; entregada a un rey inepto como Carlos IV, a una mujer liviana como María Luisa y a un favorito de alcoba como Godoy, España, ciega y paralítica, no podía conducir a los que tenían ojos y piernas, a un pueblo situado a dos mil leguas de distancia, con población y territorio mayores que los de la metrópoli, animado en sus mejores hijos del espíritu revolucionario de 1789 y con fuentes de riquezas maravillosas que estaba mirando inútiles por la incuria e incapacidad de los dominadores”. El típico carácter imperial muy bien descrito por Rufino Blanco Fombona.
BLANCO FOMBONA, Rufino
Ensayos Históricos
Biblioteca Ayacucho
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