Nos hemos detenido en “Bolívar y la Guerra Social”, del ensayista, historiador y político dominicano fallecido, Juan Bosch, porque no sólo ilustra un hecho real que aconteció y sigue aconteciendo en Latinoamérica y el mundo, sino que muestra la triste indolencia y falta de solidaridad y de amor por la gente de muchos gobernantes del mundo, que sienten una persistente adicción por el individualismo, el poder, el uso de la fuerza contra los desvalidos, el lucro, los placeres y desprecio por los valores de la humanidad, antes que inclinarse por la satisfacción de las necesidades económicas y sociales de la población.
De acuerdo al expresidente de República Dominicana, la guerra social en Venezuela alcanzó su mayor intensidad de “horror y destrucción” en 1814 y fue un año que determinó mucho en la vida del Libertador Simón Bolívar. “Las huellas que dejó el 1814 en el ánimo del Libertador iban a producir varias repúblicas americanas. El recuerdo de la ferocidad desatada por los llaneros de Boves le empujó hasta las alturas de Potosí, en los Andes del Sur”.
Comenta el ensayista que Bolívar, recién cumplidos los treinta años, había recibido en 1813 los títulos de Libertador y de Capitán General de los ejércitos republicanos y para ese entonces, el asturiano José Tomás Boves, quien alcanzaba la misma edad, comenzaba a destacarse en el llano venezolano como jefe de hombres.
“Boves era el antiBolívar; no porque se enfrentara a éste en la guerra, ni porque él hubiera abrazado la bandera del rey mientras Bolívar abrazaba la de la república; no porque él fuera inculto mientras el otro cultísimo, él español y el otro criollo, él pobre y Bolívar rico; sino porque Bolívar pensaba y actuaba en términos de sociedad, y por eso su lucha se dirigía a la creación de un Estado, y Boves sentía y actuaba en términos de masa, y esa masa se hallaba en guerra contra la sociedad de la cual había sido parte”.
Una organización social intolerable
Y luego, el historiador profundiza en el análisis al decir que la masa (los que seguían a Boves) no significa sociedad, sino que está contenida en ésta última y nunca una parte es el todo y, de hecho, pudiera ser que una parte someta al todo bajo su control, “…pero en situaciones normales la parte no se rebela ante el todo. Si la parte –esto es, la masa- se rebeló en Venezuela contra el todo –es decir, la sociedad- se debió a que los tiempos no eran normales; y cuando lo fueron, antes de la rebelión de la masa, los que se beneficiaban era una minoría que sostenía a hierro y sangre una organización social intolerable, que no permitía el menor cambio”.
Decimos, sin temor a la crítica exacerbada de algunos en el tiempo, que precisamente en el nacer de este siglo XXI, ha surgido un liderazgo de hombres y mujeres inclinados por mejorar las cosas, propensos a los cambios, deslastrados, unos más que otros, del individualismo y el egoísmo acerado que ha maltratado a los pueblos del mundo.
Ese liderazgo, como es obvio entender, lo que ha hecho es ir enterrando la guerra social que a veces asoma en alguna de nuestras naciones latinoamericanas y del resto del mundo. Los nombres de esos pueblos, afortunadamente, están a la vista y al oído de todo el mundo, en los impresos, la televisión y la radio y al instante de todos, gracias a la Internet.
A título de ejemplo, valga destacar que el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini (Argentina) fue sede en 2007 del Encuentro de la Cultura por la integración de los pueblos de nuestra América y allí, en el Manifiesto de Buenos Aires, firmado por intelectuales de nuestra América, se enfatiza en la esperanza de los pueblos cuando indicaron:
“El siglo XXI se abre con nuevos desafíos políticos para nuestra América. Después de la larga noche impuesta por las dictaduras en el cono sur latinoamericano, en las décadas de los 80 y 9ontinuación de la aplicación de las políticas neoliberales con la llegada de las democracias formales que las sucedieron, asistimos en el subcontinente a un renacer de nuestra identidad y de las aspiraciones de cambio, materializadas en procesos como los de Venezuela, Bolivia y Ecuador, así como en la realidad permanente de la experiencia cubana
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