En una
ocasión me preguntaron ¿para qué servía un periodista? Y dije que lo que ha estado sucediendo en el medio
periodístico y/o de la comunicación, es que por fin nos encontrábamos en el ambiente
adecuado, el cual ha permitido desvestir un modo de pensar y hacer las cosas
por el que veníamos transitando los venezolanos, muy alejados de la realidad
que nos circundaba y que ha estado sazonada con ingredientes que indigestaron
al país.
Dicho de una
manera sencilla, habíamos vivido con una impronta en donde una clase poderosa
de la sociedad sumergió a otra clase, la mayoría, y le hizo vivir por décadas a
la población una realidad que no le correspondía.
Y todo ello,
ese gigantesco proceso de imposición de un culto imperial a la vida, se hizo a
través de los medios impresos, radiales, televisivos, ahora reforzado digitalmente
en las páginas web y redes sociales.
De
allí la importancia de presentarle a los lectores dos aspectos de lo que ocurre
en el periodismo venezolano y en el español, el primero de ellos, la opinión de
la Plataforma de Periodistas y Comunicadores de Venezuela y en el segundo, un
trabajo del profesor español Antón R.
Castromil.
CRISIS DE VALORES EN EL PERIODISMO
La libertad de expresión es el
derecho inalienable del pueblo a manifestar su opinión, a informar y ser
informado oportuna, veraz e integralmente, sin otras restricciones que las
establecidas en el Código de Ética de los Periodistas venezolanos.
Las
cuatro líneas anteriores corresponden al primer artículo de la Declaración de
Principios del Colegio Nacional de Periodistas, aprobada por unanimidad en la
Primera Convención Nacional de Periodistas, realizada en Caracas, entre el 3 y
5 de septiembre de 1976, y las mismas funcionan como el marco referencial para
referirnos a la crisis de valores que vive el periodismo venezolano por estos
días. Durante las primeras reuniones que sostuvieron los periodistas que
posteriormente constituyeron la Plataforma de Periodistas y Comunicadores de
Venezuela, hace unos 5 años atrás, aproximadamente, el motor que los movía se
centraba en esos principios y como parte importante de ello en el rescate de
los gremios periodísticos, en cierto modo dejados de lado, mientras se luchaba
en función de fortalecer más el proceso revolucionario en marcha.
Como es apreciable, algunos
periodistas nunca conocieron dicha Declaración -lo que es factible porque
cumplirá 38 años en septiembre próximo-, otros sabían de ella, algunos la
leyeron pero no la concientizaron y, finalmente, el resto, quizá mediatizado,
no la asumió como parte de su vida, pero sí recibió -y siempre- los mensajes
subliminales corporativos y políticos de una clase que le hizo creer que ellos
también formaban parte de ese sector político-empresarial, económicamente bien
acomodado. Es también visible y como una referencia valedera e inocultable para
los venezolanos, el dejar bien claro que nuestro periodismo ya había demostrado
su deleznable proceder durante la campaña electoral que llevó a la Presidencia
de la nación al Comandante Hugo Rafael Chávez Frías, conducta que les llevó a
actuar como gorrones de la conciencia de sus trabajadores y de los ciudadanos
en general. Basta con recordar cómo actuaron los medios en el golpe de Estado
el 11 de abril de 2002 con la mentira, la manipulación y el sesgo como arma política.
Desde entonces y hasta el presente, los medios no
han cesado en sus ataques a la revolución bolivariana, a su dirigencia y a
todos los sectores de la sociedad – con la notable excepción de la clase
oligarca y muy apoyados estratégica y financieramente por el imperio
corporativo de EE.UU y las naciones que funcionan como sus colonias.Y en ese
centro de la información y la comunicación, los dueños de los medios en sus
diversas especialidades y sus trabajadores, así como las escuelas
universitarias de formación, sus gremios, el periodismo, su ejercicio y los
periodistas, el deterioro se hizo presente, al punto que la discusión hoy día
entre los periodistas, los comunicadores y la sociedad venezolana es en
torno a la desfiguración de una parte del periodismo y una parte de los
periodistas, por lo que ya es absolutamente necesario, no el rescate de los
gremios periodísticos, sino de la profesión, de la ética al servicio de los
intereses de la patria.
No debe olvidarse –jamás- que la gran discusión que
arropa toda la vida del país está centrada en el modelo de la Revolución
Bolivariana, que funciona sobre la base de la doctrina de Simón Bolívar y que
persiste en llevar a los habitantes de este país la mayor suma de felicidad
posible, y en esa discusión están los periodistas que ética y moralmente velan
por la ciudadanía y aquellos que velan por los intereses de los dueños de los
medios de comunicación y de la clase social a la que representan. Por
otro lado, no hay necesidad de mucho filosofar cuando nos preguntan para qué
servimos los periodistas. En primer término, somos los intermediarios entre los
que gobiernan y los habitantes del país. No estamos -como dice la Declaración
de Principios- “sometidos a los intereses propios del empleador, que están más
allá de las normas explícitamente expresadas en la constitución Nacional, en el
Código de Ética, en la Ley de Ejercicio del Periodismo y su Reglamento. Por
lo tanto, el periodista defenderá frente a las empresas el respeto a sus
creencias, ideas y opiniones”.
Así, mantenemos el esfuerzo de considerar a la
libertad de expresión como “...un principio básico de la democracia, que
implica el acceso a los medios de las grandes mayorías de la población y que no
debe ser privilegio solamente de los propietarios de los medios de
comunicación. Por lo tanto, los periodistas venezolanos propiciarán el acceso
de las opiniones de los más diversos sectores, sin discriminaciones de raza,
sexo, religión, ideología o clase social a los espacios informativos de los medios
impresos o audiovisuales”. Es decir, debemos tener la verdad, tal como lo
estbalece nuestro Código de Ética, como norma irrenunciable, escuchar a
la mayoría de la población y no dejarnos manipular ni mediatizar, porque
hacerlo es permitir agresiones a la conciencia y al espíritu de la mayoría
ciudadana. Un elevado número de periodistas se rige por estos principios, los
que también deberán estudiar, analizar y concientizar el estudiantado de las
escuelas de comunicación social y los comunicadores populares.
Los periodistas y comunicadores populares servimos
también para mantener el equilibrio de la democracia e impedir que la población
sea arrastrada por la mentira de algunos politiqueros, dueños de medios de
comunicación privados y ese sector que en el pasado manejó y se enriqueció de
los intereses económicos de Venezuela. No es fácil diagnosticar el periodismo
venezolano de este tiempo por las características de su transfiguración, la
cual lo ha llevado a intentar vender mentiras en una forma que se recuerda
cuando los conquistadores españoles llegaron a nuestro continente y ante la
rebeldía de nuestros indígenas legaron a mentir diciendo que eran caníbales.
En esa revisión del periodismo venezolano y su
crisis, hay que hacerlo –en primer lugar- comenzando por lo que hace la
televisión venezolana, que debe entenderse como una empresa de comunicación,
que lo es, con 64 años, cuando fue creado el Canal 5. ¿Ha ocurrido una
transformación en la televisión venezolana en estos años? Hay que responder
negativamente. Lo único que ha variado es tecnológicamente, en la escenografía.
El canal del Estado permanece anclado con una programación tan variada
que se difumina el mensaje de lo que hace la Revolución y con programas
que desvirtúan el carácter educativo de este importante medio e comunicación.
En los medios impresos y radiales no ha existido cambio alguno en el último
medio siglo, salvo la corriente que trajo del exterior la novedad del diseño y
el denominado “Nuevo Periodismo”, que no fue otra cosa que el escribir de una
manera ligera y expositiva, en algún modo, de cierto tremendismo intelectual.
Pese a que la radio
es uno de los medios que llega a todos los sectores de un país. Muchos
gobiernos, entre ellos EEUU, Rusia, China, Cuba, Francia y Reino Unido le dan
gran importancia en sus políticas comunicacionales. Le asignan
recursos necesarios en sus presupuestos anuales. Está dentro de las
políticas de Estado. Pero en Venezuela esto no es así, pese a la
situación política motivada por factores internos y a los ataques de la derecha
internacional. Su manejo no responde a la situación de una guerra de cuarta
generación que se hace en lo interno y externo. Son muchos los
ataques que se reciben desde diversos países. Ocurrieron
durante el gobierno del comandante Hugo Chávez y continúan desde el mismo día
que el presidente Nicolás Maduro asumió la presidencia de la República
Bolivariana de Venezuela. Es una guerra sin cuartel nunca vista en
América Latina o quizás en el mundo. Esta campaña la realizan medios
privados en lo interno “que mantienen una abierta afiliación de
contenidos y de línea editorial con las transnacionales de la comunicación en
conjunto desarrollan una campaña de descrédito persistente contra la Revolución
Bolivariana y las instituciones del Estado venezolano” (La Hegemonía de las
Corporaciones Mediáticas-Minci-abril 2015) Y en lo internacional la
campaña viene de Estados Unidos, Colombia, España, Chile, Argentina, Perú,
México y otros países, pero Venezuela no tiene una voz internacional para
su defensa. Son fallas que se tienen a nivel nacional y en lo
internacional con los medios de radiodifusión del Estado. A esto se
suma que las Embajadas, en su mayoría, supuestamente, no
cumplen su función de informar sobre el acontecer venezolano.
Son dieciséis años de revolución y nada ha
pasado en el periodismo salvo la reedición del Correo del Orinoco por parte del
Comandante de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez, creyente fervoroso en la
necesaria artillería del pensamiento. Luego, el diario VEA, conducido por un
revolucionario, un comunista, y el diario Ciudad CCS, interesante experiencia
informativa. Los medios venezolanos en la revolución bolivariana han sido todo
lo contrario a lo que esperaría una revolución, es decir, que los periodistas
participen y sean protagonistas de la Línea Informativa, que va desde la
discusión de los temas a publicar y la selección de las informaciones en la
primera página. Y si nos referimos a la formación de los periodistas pues la lógica
nos dice que no los están formando. Simplemente instruyen u orientan
comunicadores sociales, especialistas en el “periodismo corporativo”, una
invención muy a propósito de la necesidad de desarrollo de las relaciones
públicas, las mismas que comenzaron en Venezuela con las empresas petroleras
que controlaban el área. Nada que ver con el periodismo y su pasión.
Tenemos un Ministerio de Información y
Comunicación que se encarga de la información del Estado, pero consideramos que
hace falta una Política Comunicacional integral, con la participación efectiva
de las organizaciones de periodistas y comunicadores que respaldan el proceso
revolucionario que contribuyan no solo a la difusión de las actividades
gubernamentales, sino a la organización y concientización de las mayorías.
Plataforma de Periodistas y Comunicadores de Venezuela
¿Crisis en el periodismo?
El periodismo puede ser ahora más plural, al
ampliarse el eco de voces disponibles a las que dar cobertura.
De vez en cuando me gusta comenzar
alguna de mis clases provocando: El sistema representativo no es un régimen
plenamente democrático (Aristóteles), hay autores (Sartori, Lippmann) que
sostienen que está bien que representante y opinión pública sólo se comuniquen cada
cuatro años o que quizá no sea conveniente que nuestros políticos vean
limitados sus mandatos (elección racional).
Mis estudiantes de periodismo
levantan el entrecejo, agrandan los ojos y, los más aguerridos, me miran con
desdén. ¿Este señor se ha vuelto loco? El problema de los “lugares comunes” es
que opera en ellos más la creencia, la repetición acrítica y el dogma quasi religioso
que la reflexión. La simple llamada al debate suscita recelo y extrañeza.
Pero quizá una de las cuestiones que
más preocupa a los futuros periodistas tiene que ver con asuntos relacionados
con el propio oficio de comunicar. Si en los debates sobre democracia y opinión
pública hacía acto de presencia la rebeldía propia del adolescente, asoma ahora
la resignación de un profesional que se siente asediado.
El periodismo español siempre ha sido
una profesión desorganizada (autorregulación inexistente) con un estatuto
jurídico resbaladizo (secreto profesional, cláusula de conciencia, acceso
laboral). Pero, sobre todo, ha estado y está sometido a intensas presiones
políticas, además de comerciales.
Esta estrecha relación con el poder
se ve reforzada desde el propio mundo de la comunicación: muchos medios
españoles, especialmente los más importantes, tienden a creer que su labor en
la sociedad tiene mucho más que ver con la influencia que con la información.
Con convertirse en un actor político de primer orden que con fomentar la
aparición de una opinión pública crítica e independiente. ¿O algún analista
sensato sigue pensando que la labor de la prensa de referencia, por poner un
ejemplo, reside principalmente en informar?
A la debilidad como institución y a
las presiones políticas y económicas se le ha venido a sumar, de un tiempo a
esta parte, un nuevo frente de batalla: el periodismo ha perdido el monopolio a
la hora de seleccionar ( agenda setting) y encuadrar ( framing)
temas de debate a la sociedad. Debe convivir ahora con actores hasta hace poco
relegados a la periferia del sistema.
No es ningún secreto que desde la
generalización del uso de Internet vivimos en una sociedad potencialmente más
abierta. Aquellos ciudadanos que dispongan de los suficientes recursos (tiempo,
destrezas técnicas, motivación) estarán en condiciones de desafiar al
viejo stablishment mediático.
Esta nueva realidad, sin embargo, no
deja de presentar claroscuros. Por un lado, se podría estar formando un mundo
más desigual: el nuevo cleavage o fractura social (al estilo
de los descritos por Lipset y Rokkan) divide a los que saben moverse en las
redes sociales y demás artefactos comunicativos asociados a la Red y los que
no. A los primeros los nuevos tiempos les tienen reservado un lugar un primera
fila, una atalaya privilegiada desde la que observar e intervenir en el debate
público. Los segundos simplemente no existen, no cuentan y no les espera otro
destino que la desconexión. Tiempo al tiempo.
Por otro lado, aquellos que sí saben
navegar en el nuevo río revuelto de la comunicación tienen la posibilidad, con
un poco de suerte y dedicación, de abandonar el arrabal y trasladarse al lado
de los influyentes. A esa ribera del río exclusiva, hasta hace muy poco, de los
grandes medios de comunicación, movimientos sociales y grupos de presión
poderosos.
Pongamos el ejemplo que todos tenemos
en mente: ¿Qué significa Podemos más que esto, un
movimiento-partido que, entre otras cosas, ha sabido aprovechar las nuevas
potencialidades comunicativas para abrirse paso en dirección al mismísimo
centro del sistema político? Podemos se ha convertido en lo
que hoy es y en el desafío al statu quo que supone sin la
ayuda de los medios de comunicación tradicionales . O, más bien, a pesar de la
oposición de los grandes medios convertidos, también ellos, en “casta”.
El ejemplo de Podemos –tratado
recientemente en otro
lugar– nos pone sobre aviso: la labor de
mediación (objetividad) y mediatización (influencia) del periodismo se ha
desbordado.
¿Ha muerto el periodismo? Contestar a
la pregunta con un lacónico “sí” implica hacerse heredero de ese viejo lamento
de inspiración conservadora: “Todo tiempo pasado fue mejor”. Supone, en
definitiva, el miedo al cambio y confundir transformación con crisis. Cuando,
en realidad, se trata de dos fenómenos no necesariamente relacionados.
Lo que le está pasando al periodismo
es, simplemente, que se encuentra inmerso en un profundo proceso de
transformación, del mismo modo que muchas otras dinámicas sociales. ¿O no está
cambiado el mundo del trabajo, del ocio o de la administración pública cuando
lo que predomina es Internet? ¿Desaparecerán trabajo, ocio o administración
pública? Pues yo creo que no. Lo que sucede es que se están transformando de
raíz.
Lejos de ver el cambio como amenaza,
sería bueno contemplarlo como una oportunidad. El periodismo puede ser ahora
más plural, al ampliarse el eco de voces disponibles a las que dar cobertura.
Puede y debe seguir siendo de utilidad, sobre todo a la hora de organizar un
mundo informativamente caótico. En este sentido, el “criterio periodístico” se
hace más necesario que nunca.
Pero este nuevo periodismo no debería
olvidar el lugar desde el que ha sido engendrado: una posición condicionada por
un ciudadano que ahora ocupa un lugar destacado. Estamos pasado de un esquema
dominado por la figura del espectador a otro en el que lo que prevalece es un
emisor en potencia. Y conviene prestarle oído.
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