Con un guión muy
explicativo de Michel Bonnefoy el Correo de Orinoco publicó a propósito del
Bicentenario de la independencia venezolana varios cuadernos de lectura muy necesaria
y amena, como el que lleva por título “La
oligarquía y sus caudillos”,
del
cual escribimos.
Entre los siglos
XIX y XX la oligarquía criolla toma el poder como resultado de la muerte del
Libertador y la sucesiva disolución, en 1830, de la Gran Colombia; por allí fueron
desfilando y penetrando “los intereses mezquinos de la oligarquía venezolana y
de la ambición de caudillos como José Antonio Páez y políticos como Francisco
de Paula Santander…”
El guión de Bonnefoy, escrito para ese fascículo de la Colección Bicentenaria,
nos dice que por allí vino la frustración del “…proyecto bolivariano de crear una nación grande, rica
y poderosa que hubiese podido enfrentar la ofensiva imperialista de los países
del norte”.
El crimen del
insigne Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, que por cierto fue
consumado el 4 de junio de ese mismo año, “…dejó a Quito en manos de militares
y la muerte de Bolívar significó la desaparición del más ferviente defensor de la unidad, a la
vez que privó a Venezuela de la única
fuerza que podía salvarla de las luchas
internas por el poder que la desangrarían en las próximas décadas”.
A propósito de este
asesinato, tan doloroso para Simón Bolívar, en el prólogo del fallecido
profesor Alfonso Rumazo que hizo para los Documentos
Selectos, Antonio José de Sucre, el historiador registra
que:
“El Libertador creó
para el Gran Mariscal un homenaje especial, del que no hay ejemplo en la
historia militar mundial de los últimos cinco siglos: escribió en Lima, en 1825,
una biografía de su subalterno Sucre, en diez páginas inmortales. En ese texto
se lee, en el párrafo final: “El General Sucre
es el padre de Ayacucho; es el redentor de los hijos del Sol; es el que
ha roto las cadenas con que envolvió Pizarro el imperio de los Incas. La posteridad
representará a Sucre con un pie en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando
en sus manos la cuna de Manco-Capac y contemplando las cadenas del Perú, rotas
por su espada”.
Primero Páez y los conservadores
Al continuar con
este enfoque sobre “La
oligarquía y sus caudillos”,
el
cuaderno del Correo del Orinoco nos dice que
“Ese mismo año 1830, las clases sociales poderosas nombraron presidentes,
en Colombia, a Francisco de Paula Santander y, en Venezuela, a José Antonio Páez” y este último estuvo al
frente del poder en la patria de Bolívar, por dos décadas, “…incluyendo el
breve paréntesis en que José María
Vargas fue elegido presidente por los mismos terratenientes, comerciantes y usureros
que representaba Páez”.
Y a partir de allí,
se desarrolló el gran desfile que tomó
el país:
“Liberales y
conservadores, centralistas y federalistas, supuestamente enemigos, se
repartían las tierras, las exportaciones e importaciones y compartían la indiferencia
social y económica de la gran mayoría de la población, los pobres de campo y de
la ciudad”.
El párrafo anterior
pareciera ser el gran patrón por el que se guiaron y se siguen guiando –ahora con
las diversas modalidades- la mayoría de los políticos mercantilistas ubicables -en
estos tiempos- en las muchas corrientes de la Derecha capitalista del mundo.
Otra por los liberales
De vuelta al tema, destaca Bonnefoy en su
guión que, “La política económica de los
sucesivos gobiernos de Páez tuvo una orientación liberal, al servicio del modernismo
que requerían los acaudalados dueños del país. Suprimió el monopolio del
tabaco, creó los primeros bancos, promovió la inmigración europea, adjudicó terrenos
baldíos para desarrollo agrícola, aprobó leyes que facilitaban el embargo de
propiedades hipotecadas, promulgó códigos policiales para la represión de los
campesinos, aprobó la ley “de azotes” y adaptó la esclavitud a la nueva
realidad socioeconómica prolongando el período en que los manumisos dependían
de sus amos hasta los 25 años en lugar de los 18 previstos originalmente”.
Se entiende entonces
como un luchador por la independencia quemó y luego enterró su historial de
luchas por el dinero y el poder, nada extraño a lo que ha estado en discusión
en los últimos años en torno a los gobiernos, algunos acosados por la avaricia
económica y del poder político que caracteriza a la Derecha nacional e
internacional.
Al continuar asumiendo
el tema, la publicación destaca que “los gobiernos presididos por los hermanos
Monagas en la década de los cincuenta no
se diferenciaron sustancialmente de
aquellos presididos por Páez en las dos décadas anteriores. Si este último beneficiaba
a una “oligarquía conservadora”, José Tadeo y José Gregorio Mongas favorecieron
a la “oligarquía liberal”, los mismos terratenientes y la misma burguesía comercial”.
Como un hecho
indiscutible es bueno que señalemos en estas líneas que, “la adjudicación de
terrenos baldíos, supuestamente para el desarrollo agrícola, siguió incrementando desmesuradamente el
latifundio”.
La Guerra Federal, intereses de caudillos y camarillas
A medida que leemos,
que apreciamos los hechos históricos y políticos, pareciéramos ver como si la
historia se repitiera: Una corriente de la Derecha nacional e internacional
intentando tomar el poder en Venezuela para trasladar hacia las corporaciones
transnacionales los recursos del país. Como detalle, citamos que esta situación
intentan repetirla en diversas naciones. Por ello no es fácil olvidar
realidades como las de Irak, Afganistán, Libia e intentos como los acontecidos
en Venezuela, Ecuador, Brasil y Argentina y pare de contar.
“La guerra Federal
(1859-1863) no fue la expresión de
intereses de clase antagónicos, sino de intereses particulares de caudillos y
camarillas políticas. Como expresó el general Arismendi en 1864, cuando dijo
que habían luchado cinco
años para sustituir ladrones por ladrones y tiranos por tiranos.
“El asesinato de
Ezequiel Zamora impidió que los ejércitos federales se convirtiesen en la
vanguardia de un amplio movimiento campesino que exigía la redistribución de la
tierra”.
Y de allí en adelante,
una herencia sucesiva de la guerra federal que arrojó a nuestra geografía muchos
caudillos militares, “…la mayoría sin muchos principios éticos ni ideología
alguna”.
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