Sociedades Americanas en 1828

La juventud americana necesita abrir los ojos sobre su situación, y los niños tienen que aprender a leer. Los jóvenes que han de reemplazar a los padres de hoy, deben pensar y escribir mejor que sus abuelos, si quieren que en América haya patria y lengua. Esto no lo conseguirán con escrúpulos, ni con burlas, ni con puntitos de erudición.
Simón Rodríguez, en Sociedades Americanas en 1828



domingo, 3 de septiembre de 2017

SIGLOS DESPUÉS, VIVE EL SUEÑO MIRANDINO DE LA PATRIA GRANDE



                           “…, la revolución venezolana no es más que la  continuación de la obra de Miranda y Bolívar por medios modernos”.
                                                                  Alí Gómez García
Cada vez que leemos sobre esa figura mundial de Francisco de Miranda, conocemos aspectos, detalles de un hombre como él, que tuvo una talla realmente increíble, no descrita con la sencillez banal como lo han presentado en el pasado a venezolanos y latinoamericanos: 
¡Sí, el Generalísimo Francisco de Miranda! ¡Su nombre está en el Arco de Triunfo de París!
Pero es que Francisco de Miranda es más que otro de los generales de las guerras que hacía Napoleón Bonaparte. Este soldado universal, de antecedentes  y sangre canaria, hoy día, siglos después, sigue siendo un sueño sobre la patria grande, que, con Simón Bolívar, ha perdurado en los americanos de este continente del sur.
Mariano Picón Salas, literato andino de variada pluma, en su libro Miranda, que cumplió más de 70 años, nos comenta que La tosquedad de modales, su ignorancia y falta de cortesanía era lo que los patricios criollos satirizaban, por sobre toda otra cosa, en los inmigrantes canarios; y si hay algo en que se esmera  Miranda es en adquirir junto con su cultura en arte, ciencia militar y política, el más pulido cortesanismo de una época que gustaba de la conversación, las fiestas y besamanos. Por su apostura física  y elegancia viril lo compara cierta admiradora francesa en 1802 a un busto de Escipión en mármol de Paros que se desenterró de los escombros de Chantilly. Y a través de sus viajes europeos –en la Rusia de Catalina, en la Suecia de Gustavo III, en el Potsdam de Federico o en los clubes londinenses- deja la leyenda de un como atrayente y sapientísimo marqués de una lejana provincia española, rebelado contra su rey, pero que tiene el don de convencer y hacerse amigo en tres o cuatro idiomas modernos y que puede hablar con soltura desde el tema más serio hasta el más libertino.  
Pero ese Miranda, como escribió el fallecido Alí Gómez García, quien no solo fue guerrillero militante  de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional ,FALN, sino poeta y escritor, “…asumió la dirección de la Sociedad Patriótica de Agricultura y Economía, imprimiéndole un giro hacia la discusión de problemas políticos e ideológicos. Esta sociedad se fue convirtiendo en un club político abierto también a los mestizos y capas humildes de la población”. 
Esa ocasión fue tan importante para Francisco de Miranda por sus prédicas republicanas y democráticas así como su inclinación por la independencia absoluta, tanto así que, quienes lo criticaban consideraban que la Sociedad Patriótica  era una logia masónica, un club jacobino, según Alí Gómez.
Quizá algunos lectores inclinados hacia la historia pudieran pensar que Francisco de Miranda fue un gran soldado, un hombre curtido simplemente en conspiraciones y en las guerras de la vieja Europa, pero hay que tener bastante claro, que fue un pensador, un hombre con una visión de patria, solidario con sus ideas de convertir al continente donde había nacido en una patria grande.
Nos dijo Alí Gómez García en su libro Francisco de Miranda, Peregrino de la Libertad que, en las discusiones sobre el modelo de Constitución para Venezuela, privaban las tesis de quienes se identificaban por un Estado fuerte como Francisco de Miranda, Simón Bolívar y el fogoso Antonio Muñoz Tébar y otros que pensaban que el país debería ser un modelo similar al federalista de Estados Unidos. Miranda, en ese sentido, escribió su opinión al firmar la Constitución, y donde muestra su visión de lo que ocurría entonces:
“Considerando que en la presente Constitución los poderes no se hallan en justo equilibrio, ni la estructura u organización general es suficientemente sencilla y clara para que pueda ser permanente, que por otra parte no está ajustada con la población, usos y costumbres de estos países, de que puede resultar que en lugar de reunirnos en una masa general o cuerpo, nos divida y separe en perjuicio de la seguridad común y de nuestra independencia. Pongo estos reparos en cumplimiento de mi deber”.    
La agitada vida de Sebastián Francisco de Miranda por Estados Unidos, España, Inglaterra, Francia, Bélgica, Holanda, Rusia, etc., junto a la participación en diversas batallas así como sus observaciones, variadas tertulias y sus  amplias lecturas y entrevistas con personalidades políticas de alto nivel, le concedieron una imagen, si se quiere, bastante contradictoria para quienes han escrito acerca de su vida.
El fallecido Alí Gómez García escribió que “Los ingleses llamaron al Precursor notablehispanoamericano, hombre de ideas excelsas y hondos conocimientos, erudito y con gran experiencia de la vida, mártir de la Inquisición española”, mientras los rusos zaristas lo calificaban como “exótico huésped, hombre de extraordinaria personalidad e inteligencia, de carácter honrado y noble. Eso hasta que se enroló con los revolucionarios franceses, porque de ahí se convirtió en un hombre capaz de desempeñar un papel tan estúpido”.
En el partido de la Gironda –sigue Gómez García- se le tuvo por caudillo filósofo, hombre de sabio patriotismo y apasionado celo en el cumplimiento de su deber, abogado de la revolución, ciudadano ejemplar, jefe militar de talento y revolucionario honrado.
Pero los jacobinos lo veían de otra manera y contra él lanzaron una variedad de calificativos que lo desvirtuaban, tales como aventurero y espía, enemigo del pueblo o cómplice de Dumouriez (Carlos Francisco), agente de los Estados Unidos e inepto. Napoleón al conocerlo dijo que Es un Don Quijote, con la única diferencia de que no está loco. 
El Generalísimo Miranda tampoco se escapó de las lenguas españolas, quienes lo llamaron “mulato, encausado, mercader, aventurero indigno, contrabandista, traidor a la patria, prófugo, peligrosísimo enemigo de España, facineroso, librepensador de cuidado, impostor y sinvergüenza, traidor condenado por delitos políticos, hombre peligroso para su monarca, oveja descarriada, terrible y peligroso, judas, capitán de terrorífica banda de piratas, matones y delincuentes, anticristo, demoníaco y protestante, apóstata, pirata inglés, delincuente de Estado, nuevo Belial (especie de hijo del infierno), monstruo insensato, extranjerizante, impío volteriano”.   
Sobre la personalidad y las actuaciones del más universal de los venezolanos y su detención final por parte de Monteverde, Alí Gómez García escribe que “…se puede decir que cada autor consultado tiene una versión diferente de este hecho doloroso que costó el que se tronchara la heroica carrera del Precursor, y que Bolívar, el Libertador, haya tenido que iniciar la suya mediante un pasaporte rogado a Monteverde”.
Para nosotros, –dice este autor- que de ninguna manera queremos oponer la trayectoria del Precursor a la de Bolívar, sino que, al contrario, las entendemos como complementarias, Miranda cayó en manos realistas como producto de la venganza del partido esclavista-terrateniente, que siempre estuvo dispuesto a pactar con España y nunca a seguir las peligrosas utopías mirandinas. 
Para no dejar nada afuera, este fallecido hombre de izquierda nos dice que, en la especie de conjura que se abatió sobre el Generalísimo, habrían intervenido “…personajes mantuanos que simbolizaban muy bien las actitudes  futuras del bloque aristocrático  venezolano. Manuel María de Las Casas, comandante del puerto de la Guaira luego de la prisión de Miranda se reintegró al partido realista; Miguel Peña, enemigo de Miranda a partir de que este expropiara a su padre cuando la sofocación de motín  monárquico de Valencia, posteriormente se quedaría en el bando patriota como uno de los enemigos políticos más acérrimos del Libertador ; y el propio Bolívar cuya obra futura no tendría nada que ver con la reconciliación con la madre patria, ni con la entrega de nuestro país a otro imperio, ni con la perpetuación  del régimen esclavista feudal.
Antes bien, sabemos que gastó el resto de su vida en desarrollar  y enriquecer al máximo el programa mirandino, síntesis a su vez de los ideales de quienes lo antecedieron, y aplicación tropical de lo más revolucionario de la época.