Sociedades Americanas en 1828

La juventud americana necesita abrir los ojos sobre su situación, y los niños tienen que aprender a leer. Los jóvenes que han de reemplazar a los padres de hoy, deben pensar y escribir mejor que sus abuelos, si quieren que en América haya patria y lengua. Esto no lo conseguirán con escrúpulos, ni con burlas, ni con puntitos de erudición.
Simón Rodríguez, en Sociedades Americanas en 1828



lunes, 22 de febrero de 2010

Todavía algunos creen que los suramericanos somos colonias

En los tiempos del Bicentenario Latinoamericano
Aunque algunos acontecimientos históricos pudiesen prestarse a confusión y/o sorpresa por la forma como acontecen, bueno es aclarar que muchos de estas situaciones actuales, de este tiempo, comenzaron hace un par de siglos y otras tienen más años.
Por eso es interesante conocer el libro del historiador argentino Horacio Salduna “Bolívar y los argentinos” (*), porque el mismo tiene detalles ignorados por muchos latinoamericanos y que tienen que ver con este tiempo político tan activo que vivimos en la realidad actual.
En el Capítulo referido a El mundo en tiempos de la Guerra de la Independencia, Salduna, miembro de la Academia Argentina de la Historia, del Instituto de Historia Militar y del Instituto Urquiza de Estudios Históricos, y autor de unos ocho títulos, entre La muerte romántica del general Lavalle y La muerte de Urquiza, explica que para entender las circunstancias, los hechos de la guerra de independencia suramericana, “así como las relaciones y las diferencias entre las dos corrientes libertadoras, la del norte liderada por Bolívar y la del sur encabezada por San Martín, conviene hacer un paréntesis y recordar, aunque sea en forma muy sintética, lo que acontecía en los más poderosos centros de poder mundial”.
Y lo escribió de esa manera, porque consideró que es de aquellos tiempos y de los actuales, de donde “provienen las principales causas y razones de las experiencias políticas de los países periféricos”. Para fortuna de las naciones suramericanas, los conflictos de intereses entre las grandes potencias del mundo impidieron que se coligasen para frustrar sus sueños emancipadores”.
Tal vez tenga razón Salduna y quizá todo fuese distinto, diferente a la realidad que hoy vivimos, pero lo cierto de todo es que, los asuntillos –por llamarlos de alguna manera- que presuntamente habrían quedado pendientes por parte de los imperios y que a lo mejor estaban como un alerta congelado para los latinoamericanos, están presentes en el tapete que configura la realidad geográfica de este mundo sureño.
Escribe el historiador Salduna que, “En 1822 todas las potencias del mundo, excepto España y Rusia, estaban convencidas de que la independencia total o parcial de la mayor parte de América del Sur era inevitable. Lo que preocupaba a las cortes europeas y dificultaba el reconocimiento a las nuevas naciones era su temor de que esto apareciese como un triunfo de las ideas revolucionarias y republicanas, en desmedro del prestigio de las monarquías absolutas y como una humillación para la figura de los reyes, amén del mal ejemplo para sus propios reino y para el resto del mundo”.
Pero – a juicio de quien escribe e interpretando a Salduna - como todo se trató y se trata de intereses, tales potencias, incluida Inglaterra, no les gustaba la idea de que Estados Unidos se llevara todo el crédito al reconocer a las nuevas naciones que estaban surgiendo en medio de la gran guerra y hace alusión, precisamente, que en aquel tiempo James Monroe “había levantado la bandera” a favor de las naciones del sur de América que se emancipaban del dominio europeo. América para los americanos.
Los intereses siempre primero
Consideró el autor de La muerte romántica del general Lavalle (Al menos aparentaban así los hechos. PE), los estadounidenses tenían simpatía por las naciones que lograban sus emancipaciones y estaba inclinado a reconocerlas, “aunque sin enviar apoyo militar alguno ya que tenía asuntos pendientes de mayor interés como lograr la cesión de La Florida por parte de España, que luego obtuvo de Fernando VII. Para Estados Unidos la independencia de las naciones suramericanas implicaba el triunfo de su propia experiencia republicana; su reconocimiento le permitía captar gran parte del comercio y transformarse en el líder de todo el continente, con mejores posibilidades de competir con la poderosa Europa”.
Pero los estadounidenses, según Salduna, no estaban solos en esa carrera de hacerse del negocio de las nuevas naciones suramericanas, porque los ingleses también estaban pendientes de sus intereses, como buen imperio del mar, y si bien no se oponía al reconocimiento de los nuevos países, lo hacía con la condición de que no fueran creadas “…repúblicas anárquicas sino monarquías fuertes y estables, como lo había hecho el Brasil. Estaba también implícito en ello el deseo de Inglaterra de vengarse de la ayuda prestada por España a la revolución de sus colonias norteamericanas pero se negaba a toda forma de ayuda militar para restablecer el imperio español en América. Tampoco quería Inglaterra enemistarse con España por temor a que ésta se inclinase por una nueva alianza con Francia”.
Obviamos detalles explicados por Salduna en su libro, relativos a las inclinaciones de Rusia, España y la reconquistas de las excolonias españolas en América así como la propuesta francesa de enviar 100 mil soldados a España para colaborar en el restablecimiento del absolutismo e monárquico para la reconquista de los reinos americanos, as unto que fracasó porque Estados Unidos e Inglaterra se opusieron e impidieron que las naves zarpara de puertos españoles, y así llegamos al reconocimiento de Estados Unidos a la independencia de Argentina y a partir de tal reconocimiento, “…el Primer Ministro inglés, George Canning, comenzó una difícil tarea diplomática tendiente a convencer a España, a las demás potencias europeas e incluso a su propio rey, de las conveniencias políticas y comerciales del reconocimiento de las naciones suramericanas que, según él, tenían un gobierno de facto. Recién a fines de de 1825 el rey Jorge IV y su gabinete, algunos con desagrado, aprobaron el reconocimiento de los gobiernos de Buenos Aires, México y Colombia. Canning envió alborozado la noticia al embajador inglés en París, Lord Granville:
“El hecho está consumado; se ha clavado el clavo. La América Española es libre, y si no confundimos nuestros asuntos de una manera calamitosa, es británica”. (**)
El sueño de Inglaterra
El último párrafo de este Capítulo, del libro de Horacio Salduna, muestra una vez más que los imperios, bendecidos por no se sabe que divinidad, siempre se han valido del poder militar y de sus intrigas para adueñarse de muchas regiones del mundo. Así dice:
“Canning advirtió que Inglaterra debía oponerse tanto a la Santa Alianza de las cortes europeas como a la que pudiera establecerse entre las naciones republicanas del norte y del sur de América. Trabajó con éxito para convencer a los gobernantes suramericanos de que Inglaterra era la única que poseía el poder marítimo suficiente para defender sus ambiciones independentistas y proteger su comercio. Inglaterra afirmó esta posición no solo con una intensa y hábil acción diplomática sino también con ayudas financieras y militares a los revolucionarios de las provincias americanas de España, en especial a Bolívar. La independencia suramericana quedó así, por mucho tiempo, bajo la prevaleciente influencia inglesa”.
De hecho, Canning, en nuestra interpretación basada en lo que escribió a Lord Granville, el embajador inglés en París, apreciaba, sentía que América era de los ingleses, les pertenecía y hoy, en este siglo XXI, siguen creyendo su propia sueño propietario de nuestro continente, cuando quieren hacer ver a los demás que Las islas Malvinas de Argentinas, son de su propiedad. El absolutismo, esa creencia de la divinidad otorgada a sus reyes, sigue siendo una enfermedad imperial.
(*)
Bolívar y los argentinos
SALDUNA, Horacio
Editorial Ex Libris, Caracas 2004
(**)
Historia de la Argentina
SIERRA, Vicente

martes, 16 de febrero de 2010

Rufino Blanco Fombona y los pueblos americanos


En sus Ensayos Históricos (1), Rufino Blanco Fombona desarrolla un interesante texto, específicamente en el Capítulo XI, referido a “La América de Origen Inglés contra la América de Origen Español”, y relacionado directamente con el colaborador del diario madrileño El LiberaL, D. César Falcón, quien impugnó ciertas apreciaciones que encontró en la obra del narrador venezolano El conquistador español del siglo XVI (2), específicamente en el Capítulo XI, referido al texto antes citado.
Blanco Fombona, escribió que creía que existía entre ambas Américas “una lucha de razas, de civilizaciones, de fronteras; lucha de un país industrial y capitalista contra Estados pobres y pueblos agricultores. Estados Unidos contra Estados Desunidos. Creo que esa antipatía recíproca, que esa pugnacidad creciente entre las dos familias humanas que parten la posesión de aquel continente es, por uno de sus aspectos, la lucha secular entre la gente española y la gente inglesa; entre la cultura latina y la católica, por una parte, y la cultura sajona y luterana, por la otra”.
Blanco Fombona, hombre de carácter, quien en una oportunidad se batió a tiros en la parroquia El Valle con un Edecán del Presidente de la República Cipriano Castro, consideraba que “D. César Falcón cree que no y aduce buenas razones. El no cree que pueda llamarse a la América de lengua castellana un conglomerado de raza española. <>”.
Falcón entendía que <>.
Los capitalistas yanquis explotan a las masas yanquis
Pero frente a tal planteamiento, Blanco Fombona replicaba diciendo que “los argumentos de Falcón, como se advierte, pueden explicarse así:
Primero: Los pueblos americanos no son pueblos de raza española.
Segundo: son los capitalistas yanquis que explotan también a las masas yanquis, los que ya solos, ya aliados con plutócratas de Hispanoamérica, explotan a las masas hispanoamericanas.
Ambas razones –alegaba el venezolano- dignas de un pensador como Falcón, me parecen excelentes; pero no invalidan las mías, que abarcan un horizonte más dilatado, desde un plano superior.
El ensayista y poeta pasa luego a responder, a ofrecer sus argumentos:
Primero: desde el punto de vista antropológico, no existen razas puras. En este sentido, mal podríamos llamar española a nuestra América. Pero ¿son o no son aquellas naciones pueblos de civilización española, de lengua española? ¿No poseen un porcentaje considerable de sangre española? ¿No existe una minoría caucásica, dirigente, de origen español, más o menos puro? La raíz de su actual cultura es exclusivamente española, aunque en las ramas se hayan injertado luego –por fortuna- otras culturas complementarias que van dando origen y carácter a una cultura propia que nos proponemos crear.
Este intelectual venezolano, para conocimiento de los lectores de pertinentes, en dos oportunidades (1926 y 1928) fue propuesto, por intelectuales españoles, franceses y uruguayos para el Premio Nobel.
Más adelante, Fombona sostiene que “Representamos en América la cultura latina, en su variedad española, con modificaciones propias. Estas modificaciones cada vez mayores, representarán algún día por sí solas una cultura especialísima: nuestra cultura. Entonces será América con respecto a España, lo que son la misma España, Francia e Italia con respecto a Roma. Creo esto incontrovertible”.
Continúa el autor de la novela El Hombre de Hierro, al señalar que “Hoy representamos en América a la gente española, a pesar del coeficiente indígena en más repúblicas y del coeficiente europeo no español en otras –porque lo español ha absorbido o va absorbiendo lo demás, como puede testificarse con la lengua que es espíritu. Representamos pues, con más o menos puridad y excelencia a la gente española, por nuestras minorías caucásicas, que son las que han impreso e imprimen dirección y carácter político a nuestras repúblicas. Creo también esto incontrovertible”.
Fombona, quien fuera designado en 1933 Gobernador de las Provincias Españolas de Almería y Navarra y posterior Presidente del estado Miranda, en su natal Venezuela, continuó su respuesta analítica a César Falcón, destacando que “Los yanquis, a pesar de su heterogeneidad étnica, representan el espíritu, la lengua y la heredada cultura inglesa. Y como los yanquis y nosotros nos aborrecemos cordialmente, puede concluirse, me parece, que al ponernos en contacto, con el Nuevo Mundo, se ha establecido el viejo antagonismo de las razas y culturas que dieron origen a aquellos países”.
El enemigo de América se llama Estados Unidos
En el segundo punto de su argumentación a las apreciaciones de D. César Falcón, el narrador venezolano enfatiza al señalar que “creer que la avidez imperialista de los Estados Unidos, que se satisface en América a costa nuestra, es obra de una clase social, exclusivamente, y no prurito nacionalista, me parece una candidez. Una candidez peligrosa”.
Así, continua exponiendo que “Es verdad que los plutócratas yanquis son insaciables; pero recuérdese que gobiernos como el de Wilson, que sofrenó un tiempo las concupiscencias de Wall Street, fue por aquella misma época, de una crueldad sádica y de una perfidia luterana –peor que jesuítica- con Méjico, con Nicaragua, con Santo Domingo”.
Este caraqueño nacido en la parroquia Santa Rosalía, quien viviera en París donde se relaciona y escribiera en la compañía del poeta Rubén Darío, el intelectual peruano Francisco García Calderón y otras personalidades del mundo de la literatura, continúa en su respuesta argumentativa y reflexiva y adiciona:
No; no es una casta en los Estados Unidos, ni un partido político, como creen otros, ni algunos hombres de presa los enemigos de América, de nuestra América. Todas esas avideces se alían, se traman, se confunden y toman aspecto y carácter nacional. El enemigo de América se llama Estados Unidos”.
Y luego agrega:
“Hace cosa de un siglo, el Libertador Simón Bolívar, que no dijo ni escribió sino palabras seculares, nos dejó respecto a los Estados Unidos –y cuando todo el mundo estaba deslumbrado por este país-, un juicio que la posteridad corrobora:
<>
Y el intelectual acota un aspecto sumamente interesante para los lectores, al escribir que “Los yanquis mismos reconocen que su imperialismo presente es una enfermedad. Un escritor independiente, Mr. John Kenneth Turned, recuenta crímenes del imperialismo nacional y yanquilandés, disfrazado ahora de panamericanismo. Mr. Kenneth Turned escribe en The Nation, de Nueva York, a propósito de Nicaragua y asimila la política imperialista de los yanquis a la de los pueblos feroces de Europa y Asia”.
<< El imperialismo americano –dice- es aprobado por ambos partidos. No se diferencia por ningún respecto del imperialismo de Inglaterra, Francia, Alemania, Japón e Italia, en lo que tienen de peor>>
Posteriormente adiciona Fombona:
“Como se advierte, Mr. Turned, que sabe lo que dice y lo dice con claridad, echa la culpa del imperialismo, no a una clase exclusiva, sino a toda la política de los Estados Unidos; a los dos partidos que allí dirigen, por turnos de elección, el gobierno; a los ideales nacionales de país: panamericanismo, doctrina de Monroe, comercio americano, civilización americana, expansión americana…, etc.
Así, este talentoso autor esperaba que cambiara “la modalidad actual de vida política (Murió Rufino Blanco Fombona en 1944, con esa y otras creencias propias de aquel tiempo) en los Estados Unidos, y que el comunismo a la rusa impere en el mundo todo, para saber cómo procederá el hipotético comunismo yanqui, desde el gobierno, con los débiles, sean clases, sean naciones, si existiesen para entonces distintas clases sociales, como las comprendemos ahora, y distintas nacionalidades.
Hasta el presente, los partidos socialistas, llegado el caso del conflicto extranjero, parecen dispuestos en casi todo el mundo a solidarizarse con los gobiernos burgueses. Esto ocurrió en la guerra europea. Ninguna guerra de conquista ha impedido hasta ahora. Cuanto al socialismo yanqui, no tiene nada de extremista; y a nuestros ojos de hispanoamericanos se confunde, por varios aspectos, con los partidos burgueses de Europa o hispanoamericanos.
Los nacionalismos no han muerto. Tienen la vida dura. Debemos contar con ellos y defendernos contra ellos cuando son fuertes y agresivos. Es el caso, en América, de la república lobo contra esa manada inerme de paisesitos corderiles. Corderiles no por mansos, sino por débiles. Algo más habrá que decir sobre el carácter de la lucha entre ambas Américas”.
 
(1)
Ensayos históricos
Blanco Fombona, Rufino
Biblioteca Ayacucho, 1981

(2)
El Conquistador español del siglo XVI
Blanco Fombona, Rufino
Editorial Mundo Latino, 1921

jueves, 11 de febrero de 2010

El Libertador está más que vivo

El prólogo del libro “El joven Bolívar”, (*) a cargo del ex Defensor del Pueblo, doctor Germán Mundaraín, plasma una interesante opinión en torno a la visión que algunos tienen del Libertador de América. Una opinión que, en cierto modo, augura una buena lectura de dicho libro, escrito por el Dr. Gustavo Pereira, poeta y ensayista, autor del preámbulo de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Así comienza este libro:
“Los enemigos del Libertador no se atreven a atacarlo frontalmente porque presiente el ridículo a que los expone su osadía; ante esa dificultad optaron por distorsionar su memoria histórica. Debemos reconocer –nobleza obliga- que la jugada es astuta y canalla a la vez; con esa canallada pretenden alejarlo, distanciarlo de su pueblo”.
Acabar con la distorsión
Y más adelante, Mundaraín refiere que “El espíritu y propósito de este libro, El joven Bolívar, del poeta y amigo Gustavo Pereira, es contribuir a desmitificar la memoria histórica del Libertador, acabar con esa distorsión, con esa fábula. En vez de historiadores, lo que Bolívar ha tenido son hagiógrafos, que no han vacilado ni un instante en elevarlo a ola categoría de semidios. Con esa elevación se pretende reducir a los admiradores del Libertador al triste papel de adoradores de su gloria. Ahí está la felonía que los incautos no perciben, porque su ingenuidad no le permite distinguir entre admiración y adoración. Se admira: a un modelo, un arquetipo. Se adora a una deidad. El que admira es parte activa de lo admirado. El que adora, no participa en lo adorado, porque lo adorado está por encima de él, distante de él, en una región inalcanzable para él. El que admira debe tener inteligencia vigilante y despierta, para poder comparar, juzgar y contraponer a su modelo con otros arquetipos. El que adora, no discrimina ni analiza, porque su inteligencia fue subyugada por la veneración, la reverencia, el temor. Para los que han caído en la distorsión de adorar a Bolívar, Bolívar está muerto, más que muerto, bien muerto. Para los que admiramos al Libertador, el Libertador está vivo, mas que vivo, tan vivo y desafiante que nos está invitando a seguir su ejemplo, a proseguir con su camino; respetando las circunstancias de tiempo, modo, lugar”.
El hombre de genio
Un asunto es bien cierto hoy día, y es que Simón Bolívar, el Libertador de América, como escribiera Pablo Neruda despierta cada cien años, cuando despiertan los pueblos. Quien haga un examen, una recopilación informativa de los últimos años de la vida política venezolana, hallará que el caraqueño inmortal ascendió desde el sepulcro a las calles de Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú, Uruguay, Paraguay, Chile, Argentina, Brasil, Cuba, Puerto Rico, el Caribe y Centroamérica, sin dejar de citar un gran número de países del mundo , que aplauden al hombre de genio que hoy es motor en este planeta, en la lucha por la inclusión, la igualdad, la dignidad, el respeto, la solidaridad; la humanidad hoy apertrecha su espíritu con las ideas y el sentimiento del único Libertador que ha conocido este continente.
Apenas entramos a la lectura de “El joven Bolívar”, escrito por el poeta Gustavo Pereira, gracias a la gentileza de la actual Defensora del Pueblo, Gabriela Ramírez quien nos obsequió el ejemplar. Es el inicio de un descubrir de sus páginas, para luego entregar algunos comentarios al colectivo lector.



El joven Bolívar
PEREIRA, Gustavo
Imprenta Nacional 2007