Sociedades Americanas en 1828

La juventud americana necesita abrir los ojos sobre su situación, y los niños tienen que aprender a leer. Los jóvenes que han de reemplazar a los padres de hoy, deben pensar y escribir mejor que sus abuelos, si quieren que en América haya patria y lengua. Esto no lo conseguirán con escrúpulos, ni con burlas, ni con puntitos de erudición.
Simón Rodríguez, en Sociedades Americanas en 1828



jueves, 19 de noviembre de 2009

El nuevo liderazgo impide la guerra social (Segunda entrega)


El expresidente dominicano Juan Bosch, en su libro Bolívar y la Guerra Social, refiere que “La segunda parte de la guerra social venezolana hubiera podido evitarse únicamente mediante la transformación de las condiciones sociales y económicas del país”, lo que en estos días nos recuerdan las palabras de la vanguardia de presidentes latinoamericanos que están al frente de los cambios en este continente sureño.

Esos nuevos dignatarios de este tiempo, precisamente están hablando de reconocer a las personas, conocer sus necesidades y, en consecuencia, buscar y profundizar en aquellas acciones que permitan que los pueblos abandonen la ignorancia, recuperen y mantengan su salud, se desarrollen, tengan mejores oportunidades, valga decir, los nuevos líderes suramericanos con sus liderazgos y su accionar, están impidiendo que ocurra una guerra social en estas tierras y haya un bienestar para la población. Eso es lo que sucede en estos momentos históricos del siglo XXI.
Escribe el ensayista que “…el genio de Bolívar produjo resultados de gran utilidad a la historia americana, pues con los llaneros que sacó de Venezuela libertó a Nueva Granada, Ecuador, Perú y Bolivia. Otro con menos categoría que él hubiera pretendido resolver el problema llevando al patíbulo a los jefes de los posibles revolucionarios –y de hecho, él comenzó a actuar así cuando fusiló a Piar-. A su claro juicio político, pues, hay que atribuir la desviación de la guerra social venezolana hacia una guerra libertadora americana, y no a falta de condiciones para imponer el terror”.
El terror no detiene una revolución
A juicio de Bosch, el Libertador “fue el hombre de la guerra a muerte, el que ordenó los fusilamientos de La Guaira. No le temía a la sangre derramada. De manera que si hubiera creído que con el uso del terror podía evitar el renacimiento de la guerra social en su país, lo habría hecho sin la menor duda. Pero el Libertador sabía que los alcances del terror tienen un límite. El terror puede evitar un levantamiento caudillista, paralizar ambiciones pequeñas, contener durante cierto tiempo una fuerza social. Pero es incapaz de detener para siempre una verdadera revolución”.
Continúa el intelectual dominicano señalando que, “…en el punto en que se hallaban los conocimientos de la época, hubiera sido imposible que Bolívar tuviera idea de cómo podía evitarse, en forma radical, el renuevo de la guerra social venezolana. La guerra social que inició Monteverde y que encarnó Boves había tenido el propósito inconsciente de igualar a los de abajo con los de arriba mediante la destrucción de los de arriba. Para hacer iguales al llanero sin más amparo que su lanza y su caballo y al mantuano dueño de tierras, esclavos, casa y oro, el camino más corto era hacer desaparecer a los mantuanos; y eso hicieron los soldados de Boves. La igualación no se buscó mediante la creación de un Estado que la garantizara y la mantuviera con la autoridad de la ley; se buscó mediante la destrucción del mantuanismo. La guerra social venezolana de 1812 a 1814 fue, pues, destructora, no creadora. Sólo Bolívar trató de buscarles, y les ofreció, una salida creadora a los que la habían hecho.
Un asunto importante que escribe Bosch, es cuando refiere que “Para convertir esa guerra social en nacional libertadora –es decir de independencia-, Bolívar decretó en 1813 la guerra a muerte. Mediante el debatido decreto de Trujillo, el joven general mantuano dividió a los combatientes de la guerra social en dos bandos: españoles y venezolanos. En ese momento, Bolívar pretendía separar a los jefes de la guerra social, que eran españoles, de los venezolanos que les seguían. Pero sucedía que en la lucha estaba presente, aunque en medida menos importante, un factor que podríamos calificar como guerra civil entre españoles; había republicanos españoles combatiendo contra españoles realistas. Bolívar quiso preservar para Venezuela a esos españoles republicanos, y así se explica que en el decreto de Trujillo ofreciera garantías a los españoles y canarios que combatieran en las filas libertadoras”.
Bosch dice que el esfuerzo hecho por Simón Bolívar en 1813 “…estaba destinado a fracasar, porque había una guerra social en marcha y sólo la muerte de sus jefes la detendría. El decreto de guerra a muerte que Bolívar lanzó como un rayo en medio de la tormenta, no logró darle regularidad a la guerra a muerte que se llevaba a cabo en toda Venezuela desde hacía algún tiempo. Si el joven general venezolano hubiera dicho como el general haitiano Jean Jacques Dessalines, que debía desaparecer del país toda una raza, hubiera podido definir mejor la guerra social, como se definió en Haití”.



miércoles, 18 de noviembre de 2009

Juan Bosch, Bolívar y la Guerra Social (Primera entrega)

Aún cuando la primera edición de Bolívar y la Guerra Social fue hecha en Buenos Aires, Argentina, en 1966 y la primera en Santo Domingo once años después, este importante libro del profesor Juan Bosch tuvo su octava edición en 2005 y es muy probable que continúe siendo editado, por la teoría que expone allí el fallecido e ilustre dominicano, en el sentido de que -Las guerras sociales americanas fueron provocadas por antagonismos raciales, económicos y sociales que no tenían solución pacífica. En número han sido las menos; pero en intensidad y en resultados han sido las más importantes.
Es valedero señalar que este destacado caribeño, fue ensayista, precursor del cuento en su país, Premio Novela Nacional de Literatura con su novela El oro y la paz, historiador, político y Presidente en 1963.
Considera el Dr. Bosch que de las conocidas como guerras de independencia ha sido la venezolana la que más ha llamado la atención de los investigadores de la historia, con muchas razones para cautivar a escritores, poetas y pintores. Una de tales razones es Simón Bolívar, la presencia de figuras como Sucre y Páez, el amplísimo escenario en que fue realizada la campaña militar y, como detalle importante y destacado,…el fruto que dio: cinco repúblicas libres por acción directa y varias más por acción indirecta.
Una guerra social que crecía en intensidad
Y así escribió que, Pero sucede que esa guerra, que cubrió costas de tres mares, llanuras inmensas y montañas gigantes en varios millones de kilómetros cuadrados, no fue una simple guerra de independencia. Pocos acontecimientos históricos, en el mundo americano, tienen causas tan diversas operando a la vez como esa guerra de trece años. Lo que comenzó siendo en 1810 una declaración de autonomía de la provincia de Venezuela y se convirtió en julio de 1811 en declaración de independencia y en establecimiento de un Estado federal –todo ello sin que apenas se derramara sangre-, pasó a ser en 1812 una guerra social que fue creciendo en intensidad, en crueldad y en capacidad destructora, hasta llegar a ser la razón oculta de la vasta acción libertadora de Simón Bolívar.

Para Bosch, la guerra social acaecida entre 1812 y 1814 generó resultados inmediatos y tardíos y pasa a explicar que Los primeros significaron la destrucción física de la nobleza criolla, los mantuanos que proclamaron la independencia; los segundos resultaron, desde el punto de vista de la lógica aparente de la historia, los más inesperados. Pues fueron los mismos hombres que aniquilaron a los independentistas de Venezuela los que hicieron bajo el mando de Bolívar la independencia de ese país y de varios más, y fue el miedo de Bolívar a que la guerra social se reprodujera en Venezuela lo que le llevó hasta el Potosí y lo que le hubiera llevado, de permitirlo la situación política internacional, hasta Cuba y Puerto Rico.

Puntualiza el fallecido expresidente dominicano que Bolívar llegó como Libertador hasta los Andes del Sur porque necesitaba alejar de Venezuela a los que podían reiniciar en cualquier momento la obra de Boves. Vano intento el suyo, pues como las condiciones sociales que hicieron posible la aparición de Boves permanecieron sin transformación, a mitad del siglo XIX, cuando todavía no habían comenzado a pudrirse los huesos del Libertador, Venezuela volvió a ser el escenario de otra guerra social de poder destructor parecido al de la primera. De al reconocido ensayista, esa fue la Guerra Federal al frente de la cual estaba Ezequiel Zamora. Su bandera no era la del absolutismo de Fernando Séptimo sino la del liberalismo que predicó Antonio Leocadio Guzmán; sin embargo, a pesar de las diferencias entre las nacionalidades, las ideas y las banderas de sus jefes, la Guerra Federal fue una segunda parte de la Guerra Social, ni más ni menos. De manera que el miedo de Bolívar había tenido razón de ser, y la historia lo justificó.

lunes, 2 de noviembre de 2009

El otro Bolívar


En Simón Bolívar y el nacionalismo del Tercer Mundo, el historiador uruguayo Vivián Trías se pasea por el lado más mundano del Libertador y si bien habla de lo sencillo y afable que era el guerrero en su “trato con los soldados, hombres, mujeres y niños del común, conlleva el mito, la aureola mágica de la leyenda” y luego añade “Porque además esté el otro Bolívar, el elegante general con botas renegridas a la Wellington y coruscantes entorchados”.

Para este ensayista, era Simón Bolívar el “sibarita gustador de añejos vinos y de selectos manjares, el bailarín incansable y alegre que danza la noche entera entre rasos, peinetones y atrevidos miriñaques, después de cabalgar a lomo de mula, interminables leguas por polvorientos caminos (el baile es la poesía del movimiento)”.

Es, un ilustrado lector de Rousseau, Montesquieu, Voltaire, Bentham y en su equipaje de campaña siempre estará un manoseado ejemplar del Quijote. “Bolívar vive con una plenitud y una avidez inusitada, una vida total, compleja, proteica, contradictoria. Lo aburre lo cotidiano, no ha sido hecho para la rutina. No es un gobernante administrador, papelista empedernido, sumido a la letrilla de la Ley. Su mente vuela sobre las cumbres como el águila, atenta a las grandes magnitudes, a las lontananzas de la historia a las cosmovisiones imaginativas, sus miradas son escrutadoras y futuristas”.

Sigue Trías en su particular descripción y escribe que alguna vez habría dicho: “Santander es el hombre de las leyes, Sucre el hombre de la guerra y yo el hombre de las dificultades”.

“Su sutil pensamiento –continúa Trías- no puede estarse quieto, va y viene, corre de un tema a otro. Disfruta analizando la historia que él mismo hace. Es su propio y lúcido espectador. Se complace en la filosofía política de su propia acción; exégeta y actor al mismo tiempo. Posee el donde la belleza; lo que Rodó llama la forma plástica del heroísmo y de la gloria. Es una espléndida pluma, un estadista que ha derramado oro fino en discursos y misivas. De sus cartas escribe Rodó: El poema de su vida está allí. Muy hermosas son sus esquelas de amor. Bolívar parece transfigurarse en cada uno de sus incontables amoríos. La leyenda de sus lances sigue, como una rosada sombra, a su fama política y militar. Cada vez que se enamora reincide las ascuas de su carne y de su ternura. Sus pasiones son interludios entre batallas. Tal vez de allí provenga esa intensidad que se consume así misma. Es que el último beso de la noche, puede enlazarse con el balazo mortal de la mañana.

Y abunda en esa visión este intelectual, refundador del partido Socialista Uruguayo y conocido como uno de los grandes exponentes del revisionismo histórico socialista latinoamericano:

Ana Lenoit en Salamina, Josefina Machado en Caracas, Julia Cobier en Jamaica, Manuela Madroño en Huayala, etcétera; pero siempre, siempre, la querida Manuela Sáenz, la hermosa y alocada quiteña. Manuel, escandalosa y fanática, es una herida sangrante en el prestigio del caudillo, pero excitante, dulce y necesaria para el hombre. Sus últimas cartas destilan encanto: “el hielo de mis años se reanima con tus bondades y gracias. Tu amor da una vida que está expirando.