Sociedades Americanas en 1828

La juventud americana necesita abrir los ojos sobre su situación, y los niños tienen que aprender a leer. Los jóvenes que han de reemplazar a los padres de hoy, deben pensar y escribir mejor que sus abuelos, si quieren que en América haya patria y lengua. Esto no lo conseguirán con escrúpulos, ni con burlas, ni con puntitos de erudición.
Simón Rodríguez, en Sociedades Americanas en 1828



lunes, 2 de noviembre de 2009

El otro Bolívar


En Simón Bolívar y el nacionalismo del Tercer Mundo, el historiador uruguayo Vivián Trías se pasea por el lado más mundano del Libertador y si bien habla de lo sencillo y afable que era el guerrero en su “trato con los soldados, hombres, mujeres y niños del común, conlleva el mito, la aureola mágica de la leyenda” y luego añade “Porque además esté el otro Bolívar, el elegante general con botas renegridas a la Wellington y coruscantes entorchados”.

Para este ensayista, era Simón Bolívar el “sibarita gustador de añejos vinos y de selectos manjares, el bailarín incansable y alegre que danza la noche entera entre rasos, peinetones y atrevidos miriñaques, después de cabalgar a lomo de mula, interminables leguas por polvorientos caminos (el baile es la poesía del movimiento)”.

Es, un ilustrado lector de Rousseau, Montesquieu, Voltaire, Bentham y en su equipaje de campaña siempre estará un manoseado ejemplar del Quijote. “Bolívar vive con una plenitud y una avidez inusitada, una vida total, compleja, proteica, contradictoria. Lo aburre lo cotidiano, no ha sido hecho para la rutina. No es un gobernante administrador, papelista empedernido, sumido a la letrilla de la Ley. Su mente vuela sobre las cumbres como el águila, atenta a las grandes magnitudes, a las lontananzas de la historia a las cosmovisiones imaginativas, sus miradas son escrutadoras y futuristas”.

Sigue Trías en su particular descripción y escribe que alguna vez habría dicho: “Santander es el hombre de las leyes, Sucre el hombre de la guerra y yo el hombre de las dificultades”.

“Su sutil pensamiento –continúa Trías- no puede estarse quieto, va y viene, corre de un tema a otro. Disfruta analizando la historia que él mismo hace. Es su propio y lúcido espectador. Se complace en la filosofía política de su propia acción; exégeta y actor al mismo tiempo. Posee el donde la belleza; lo que Rodó llama la forma plástica del heroísmo y de la gloria. Es una espléndida pluma, un estadista que ha derramado oro fino en discursos y misivas. De sus cartas escribe Rodó: El poema de su vida está allí. Muy hermosas son sus esquelas de amor. Bolívar parece transfigurarse en cada uno de sus incontables amoríos. La leyenda de sus lances sigue, como una rosada sombra, a su fama política y militar. Cada vez que se enamora reincide las ascuas de su carne y de su ternura. Sus pasiones son interludios entre batallas. Tal vez de allí provenga esa intensidad que se consume así misma. Es que el último beso de la noche, puede enlazarse con el balazo mortal de la mañana.

Y abunda en esa visión este intelectual, refundador del partido Socialista Uruguayo y conocido como uno de los grandes exponentes del revisionismo histórico socialista latinoamericano:

Ana Lenoit en Salamina, Josefina Machado en Caracas, Julia Cobier en Jamaica, Manuela Madroño en Huayala, etcétera; pero siempre, siempre, la querida Manuela Sáenz, la hermosa y alocada quiteña. Manuel, escandalosa y fanática, es una herida sangrante en el prestigio del caudillo, pero excitante, dulce y necesaria para el hombre. Sus últimas cartas destilan encanto: “el hielo de mis años se reanima con tus bondades y gracias. Tu amor da una vida que está expirando.

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