Sociedades Americanas en 1828

La juventud americana necesita abrir los ojos sobre su situación, y los niños tienen que aprender a leer. Los jóvenes que han de reemplazar a los padres de hoy, deben pensar y escribir mejor que sus abuelos, si quieren que en América haya patria y lengua. Esto no lo conseguirán con escrúpulos, ni con burlas, ni con puntitos de erudición.
Simón Rodríguez, en Sociedades Americanas en 1828



sábado, 24 de abril de 2010

Los tiempos de independencia, el gran aprendizaje


Los tiempos de independencia nunca, en ningún lugar del mundo han sido fáciles, ni en un continente ni en otro, ni en un idioma conocido o desconocido, simplemente es el sentir del ser humano por ser libre, amoroso, protector de su familia, con fe en un futuro mejor, y lleno de solidaridad, ya que por fuerza de esa sustancia origina la gran igualdad.
Así de simple y millonaria (por usar un derivado término que al final es vulgar), es la vida, pero lo es por la sencilla razón de que la vida es eminentemente el gran aprendizaje. Por eso, al ir al pasado y hacer presencia en los momentos del 19 de abril de 1810, venezolanos y latinoamericanos entendemos aquellos acontecimientos como un vivo aprender de lo que ocurría y ocurre en este presente.
Tampoco tenemos que inventar tonterías, pues la historia asume con la misma fuerza lo que dicen los tontos que lo que hablan los individuos inteligentes y luego, en libre albedrío deja que los acontecimientos se desencadenen, con las consecuencias inimaginables –quizá predecibles- que suelen impactar severamente a los humanos.
Desencadenante energía libertadora
El abril de 1810 fue un portal del pasado, que trajo a nuestro presente la más desencadenante energía libertadora que soñaban nuestras mujeres y hombres, no solo venezolanos sino americanos todos del sur.
Argumento con el apoyo del notable Rufino Blanco Fombona y parte de su trabajo recopilado en los Ensayos Históricos (1), en el Capítulo II, La Independencia, concerniente al tópico relativo al tema La Evolución Política y Social de Hispanoamérica.
Al tratar el carácter de la revolución, Blanco Fombona consideró que a fuerza de ser una potencia conquistadora, los españoles ejercieron la soberanía en nuestras tierras de acuerdo “con su carácter y educación nacionales, como mejor le parecía. Era lógico. Reprocharle su conducta, sobre ocioso es absurdo, y probar que se ignoran las leyes sociológicas”.
Pero también alega que condenar la revolución sería igualmente ignorancia de las mismas leyes. Su planteamiento es interesante y válido para quienes hoy día, en este siglo XXI, se plantean y reclaman la necesidad de hacer la revolución en sus tierras.
De vuelta a la revolución
A nuestro modo de ver, esa manera, ese carácter y esa educación fueron heredados por las oligarquías nacionales de América Latina; hubo pues, modificaciones, distintas maneras de vestir que facilitaron el manejo de la soberanía por parte de los grupos de poder que se conformaron en el transcurrir del tiempo.
De vuelta al ensayista, éste escribe que “Para fines del siglo XVIII ya estaba en sazón en América una raza de hombres, hijos de conquistadores y colonizadores europeos, que podían dirigir una corriente de opinión adversa a la madre patria; las circunstancias exteriores fueron propicias, y sobrevino la Revolución de la independencia”.
¿Hay que hacer mucho esfuerzo para expresar que nosotros, los latinoamericanos de hoy día, hijos de los hijos, de los hijos de los hijos, etc., de quienes vinieron a estas tierras hace siglos, con una mezcla exquisita, un mestizaje increíble, con un nuevo modo de ver la vida y con un carácter completamente distinto, no debemos plantearnos la revolución o retomar la iniciada por nuestros primeros padres? ¿Acaso no tenemos derecho a tener una opinión adversa a quienes han controlado nuestros países por siglos?
Sigamos con este importante intelectual.
Blanco Fombona refiere que “La Revolución se hará con máximos ideales: para establecer la nacionalidad, en vista de la inferioridad política de las provincias y de sus pobladores, y para mejorar, como era natural, el régimen económico”. Y después añade:
“En plena decadencia política (pudiera decirse lo mismo de ciertas democracias actuales), industrial y mercantil; entregada a un rey inepto como Carlos IV, a una mujer liviana como María Luisa y a un favorito de alcoba como Godoy, España, ciega y paralítica, no podía conducir a los que tenían ojos y piernas, a un pueblo situado a dos mil leguas de distancia, con población y territorio mayores que los de la metrópoli, animado en sus mejores hijos del espíritu revolucionario de 1789 y con fuentes de riquezas maravillosas que estaba mirando inútiles por la incuria e incapacidad de los dominadores”. El típico carácter imperial muy bien descrito por Rufino Blanco Fombona.

 
BLANCO FOMBONA, Rufino
Ensayos Históricos
Biblioteca Ayacucho

Nuestros padres lucharon por instituir la nacionalidad


Son interesantes los ensayos históricos de Rufino Blanco Fombona y especialmente los relativos a la revolución que se dio en América Latina, porque le permite dejar bien claro, las razones por las que discutieron, protestaron y lucharon nuestros padres, hace cuestión de dos siglos.
Este escritor, poeta y político en el libro Ensayos históricos (1), pareciera llamarnos a capítulo como suelen decir algunos para recordarnos que “el móvil de la fundación de los sistemas políticos ha sido un móvil económico”, y que “siempre se ha tratado por cierto número de hombres de llegar a un grado superior de bienestar material”.
“Pero recordemos también – apunta- que el anhelo de nuestros padres no se limitaba a una mejora económica exclusivamente. Era mayor su plan. Luchaban por instituir la nacionalidad, pensamiento al cual estaba subordinado el de beneficios materiales; o con más propiedad, toda aspiración o móvil subalterno quedaba comprendido en el anhelo de adquirir patria. Sus ideas económicas fueron claras. Ellos rompieron desde el principio con el sistema de exclusivismos y monopolios de la madre patria, ofrecieron el país al comercio del mundo y decretaron libertad de industrias. Algunos de los prohombres de la Revolución, como D. Mariano Moreno, tenía a este respecto ideas muy sensatas, en oposición con las imperantes”.
Este poeta consideró una realidad que algunos han discutido y mal entendido y hasta tergiversado, como es el hecho de que la revolución iniciada por los blancos criollos de nuestra tierra, inicialmente y así lo indica la lógica, el sentido común, partió de aquellos blancos criollos calificados por algunos como blancos nobles criollos.
El basamento de la nueva sociedad
El mismo Fombona, al tratar el asunto de las castas hace este comentario:
“En aq uel baraje de razas que se produjo en la colonia, y de donde saldrá el basamento de la nueva sociedad, una casta se conservará incontaminada, incólume, orgullosa, pura: la casta criolla, el blanco americano, vástago de conquistadores y pobladores, que será una suerte de nobleza, y que así se llama. Los hombres de esta casta pudieron cohabitar con indias y aún con negras; pero al fruto de esos placeres no lo elevaban socialmente a la condición del padre. Quedaba siendo pueblo”.
Y más adelante:
“Apurado de dinero y poco escrupuloso, dictó el Monarca de España, a promedios del siglo XVIII, una cédula que se vendía a pardos y mestizos. Se llamaba Cédula de gracias al sacar. Según tarifa, proporcionada a la mayor o menor cantidad de sangre africana, se declara por dicha cédula blancos a los que no lo son. Los americanos blancos pusieron el grito en el cielo. (2)
Refiere el escritor que, “Con ese espíritu de toda agrupación, espíritu de defensa y exclusivismo (realidad apreciable en los equipos deportivos de la actualidad. PE) que hace posible la armonía y aún la existencia entre los distintos centros sociales, los blancos se unificaron y defendieron contra las clases étnicas inferiores y ante el Rey. Porque la cuestión era para ellos de mucha entidad. No es que el pardo, por un decreto comprado, fuera igual étnicamente al blanco, sino que ascendía, en principio, al nivel social de éste, y era apto desde ese punto para ejercer aquellas escasas funciones, más aparatosas que importantes, que el español concedía al colono blanco, pero que bastaban, sin embargo, para conferir a éste el primer puesto en el país donde vivía”.
Y luego acuña:
“La gente de color, encontrando el obstáculo de los criollos, no pudo, a pesar de las cédulas reales, obtener preponderancia social ni política durante la colonia”. Ya sería la República, comenta este ensayista, la que le permitiría a la gente de color obtener esa preponderancia.
Una cita de Francois Raymond Depons, que inserta Blanco Fombona, da colorido al comentario en su ensayo cuando refiere que “En el trópico las mujeres son ardientes. Algunas señoritas blancas tenían hijos de amores clandestinos, hijos que abandonaban a la puerta de las iglesias. Los varones sobraban quien los recogiera. Las hembras iban a parar a menudo en manos de alguna familia parda caritativa”.


(1)
BLANCO FOMBONA, Rufino
Ensayos Históricos
Biblioteca Ayacucho, 1981.
(2)
BLANCO & AZPÚRUA, Recopilación
Documentos para la historia del Libertador, Vol 1.

domingo, 18 de abril de 2010

En los tiempos de 1810, un joven difícil de manejar

No es fácil ni hablar ni escribir sobre el hombre que ha llevado sobre sus hombros la historia de la libertad del continente americano del sur como lo es el Libertador Simón Bolívar, y mucho menos para un curioso como este comunicador quien escribe y que siempre intenta hacer lo mejor posible en ese sentido, y que, gracias a historiadores, investigadores y demás profesionales acuciosos que han hurgado en la vida de este héroe permite conocer aún mas a este gigante.
Augusto Mijares, por ejemplo, en el prólogo de Doctrina del Libertador (1), al referirse al pensar, a esa ética del guerrero, precisa que “Sí: solamente aquellos escrúpulos morales podían detener al infatigable. Y haberlos conservado intactos hasta el término de su vida, a través de tantas perfidias y desilusiones, es uno de los rasgos más hermosos de su carácter”.
Aun siendo magno, cuya elevación está por encima de nuestra inmensa geografía en América Latina y en otras partes del mundo, Simón Bolívar resulta ser un hombre que cada día se encuentra más cerca de nuestros surcos, de nuestros polvorientos caminos y de nuestras calles y modernas avenidas y si algunos no comparten esa idea, al menos lean de otros la manera como su personalidad se desarrollaba entre esos días y meses que giraban alrededor de 1810. Sobre su conducta de aquellos tiempos, el estadounidense Waldo Frank (2) escribía:
“Simón Bolívar fue nombrado juez de paz de San Mateo, y ello dio también lugar a una escaramuza. La costumbre exigía que los nuevos funcionarios americanos nombrados por el rey se trasladaran a Caracas para prestar juramento, cualquiera que fuese la distancia del lugar en que vivieran.
Simón estaba demasiado atareado en sus cosas, y envió a su hombre de leyes con poderes para que hiciese de procurador suyo. El tribunal real insistió en que compareciese personalmente. Simón Bolívar se negó a ir y calificó la exigencia de abusiva y molesta, sin más fundamento que la arbitrariedad de los de arriba, es decir, de los españoles, y el servilismo de los criollos.
Joven difícil de manejar
El nuevo capitán general de Venezuela, Vicente de Emparan, que acababa de llegar de España, estimó que aquel joven (Simón) era difícil de manera, pero no lo creyó peligroso. Se hicieron amigos. Durante una alegre comida de hombres solos, en Caracas, Bolívar se puso en pie y brindó por la independencia de América. Emparan, que se hallaba presente, sonrió sin darse por enterado. Se descubrió una conspiración. El capitán general impuso un castigo suave a Bolívar, que estaba complicado en ella, desterrándolo durante algunas semanas a sus tierras de San Mateo. Encargó al marqués de Casa León que hablase con el simpático joven, a fin de que no fuese demasiado lejos en aquel jugar a la insurrección, que estaba de moda. Simón Bolívar le escuchó en silencio, respetuoso, y luego le dijo: “Muy bien dicho, marqués. Pero nosotros hemos declarado la guerra a España, y habremos de ver lo que habremos de ver”. Hallábase Bolívar tranquilamente en San Mateo cuando, el 19 de abril de 1810, los ciudadanos más activos de Caracas se apoderaron de la Capitanía General, llevaron a viva fuerza a Emparan hasta el Cabildo y le obligaron a renunciar a su cargo”.
Como señalamos al principio, no es fácil escribir de este héroe, así como tampoco lo es definir su carácter, aunque asombre por la calidad del mismo. El periodista e historiador Antonio “Chino” Manrique (3), precisamente sobre esa parte muy humana de Bolívar, escribe:
“La falta del amor y cariño de los padres, fue sustituido por el de las hermanas, los tíos y algunas negras esclavas: Matea e Hipólita, especialmente de ésta última, y de una vecina de su casa que había nacido en Cuba, Doña Inés Manceba de Miyares, quien lo amamantó en sus primeros meses”.
Y más adelante, Manrique sigue:
“No obstante, que la mayoría de sus biógrafos ha dejado sentado el sentimiento triste del niño, su carácter resultó temperamental. Arístides Rojas, por ejemplo, en sus Leyendas Históricas de Venezuela, nos dice: “Insoportable pareció desde su tierna edad el niño Simón Bolívar. No podía con él ni la madre, ni el abuelo, ni los tíos, pues solo obedecía a sus instintos y caprichos, se burlaba de todo, haciendo exactamente lo contrario de cuanto se le aconsejaba. Inquieto, inconstante, voluntarioso, imperativo, audaz; poseía toda la fuerza del muchacho a quien le han celebrado sus necedades, haciéndole aparecer como una cosa nunca vista…”

MIJARES, Augusto
Simón Bolívar
Doctrina del Libertador
Fundación Biblioteca Ayacucho, 2009
 
FRANK, Waldo
Simón Bolívar, nacimiento de un mundo
Fundación Editorial El perro y la rana, 2006
Ministerio del Poder Popular para la Cultura
Venezuela
 
MANRIQUE, Antonio
Pléyade de Héroes
Fondo Editoorial Editorial, 2010  

viernes, 16 de abril de 2010

Simón, el de la energía bicentenaria

En este tiempo bicentenario de nuestra independencia, siempre será bueno conocer más del hombre que nos dio la libertad a costa de su propia vida y las riquezas que poseía.
Simón Bolívar, como cualquier ser humano, tuvo una vida con sus altas y bajas, de lo cual no hay dudas y especialmente si tomamos en consideración como fue su infancia, impactada por la desaparición de sus progenitores, además de otras situaciones que debieron haber dejado huella en su corazón, como aquellas que tenían que ver con las relaciones con sus familiares, tutores, la temprana muerte de su esposa y otras más, que habrían contribuido a crear esa mezcla que otorgó personalidad a ese magnífico hombre.
El estadounidense Waldo Frank, Doctor en Letras de Yale, fallecido en 1967, escribió una biografía sobre el Libertador y que fue recogida en su libro “Simón Bolívar nacimiento de un mundo” y que la Fundación El perro y la rana, del Ministerio del Poder Popular para la Cultura, publicó en el 2006, en la Serie Testimonios de la Colección Alfredo Maneiro.
Interesante conocer esos detalles de la vida de Bolívar, que difícilmente habrían aparecido en un libro de historia para conocimiento de nuestros estudiantes, en las administraciones anteriores a la revolución bolivariana. Es un punto sin discusión.
Waldo Frank escribe que cuando Simón Bolívar nació, “su padre tenía cincuenta y siete años, y su madre, veinticuatro. Llamábase ésta María de la Concepción de Palacios, y descendía de familia noble, aunque moderadamente rica. Cuenta una leyenda que el muchacho era tan testarudo y rebelde, que su madre, viuda, le envió a vivir con el abogado de la familia, el astuto Miguel José Sanz; pero que este lo encontró también tan ingobernable que se lo encomendó a Simón Rodríguez, joven extremista, lector de Rousseau. Todo ello resulta improbable. Doña María gobernaba airosamente sus propiedades y a sus hijos. Era una mujer de carácter, y a ella salieron en energía y rasgos distintivos la hija Mayor, María Antonia, y el hijo más pequeño, Simón. Los dos hijos intermedios, Juan Vicente, el heredero, y Juana, tenían los ojos azules, el cabello rubio y la blanda sensibilidad de su padre. El padre de Doña María, Feliciano de Palacios y Sojo, era un hombre de ideas liberales, y su joven amigo, el extremista Rodríguez, le servía de secretario y frecuentaba la casa de la plaza de San Jacinto”.
Refiere el autor que los aristócratas de la sociedad de aquel tiempo, había una inquietud y la atmosfera que se respiraba era de una elegante rebeldía, y de ella respiró Simón en su propio hogar.
Puntualiza en su biografía las características de Simón, que era estudioso, poseía inclinación por la matemática y leía buenos libros y enfatiza al señalar que pocos había que no lo fuesen (al referirse a los libros).
Esos detalles
“Cada uno de los cuatro hijos –cita Waldo Frank- tenía su dormitorio propio, en el que había un crucifijo por encima de las almohadas cubiertas de brocado”.
El escritor hace gala de su investigación al describir con detalles el ambiente en el que se movía el niño Simón:
-“A espaldas del patio de la familia estaban las habitaciones de la servidumbre, que iban marcando un descenso de elegancia, desde el lujo algo severo de las habitaciones de los amos hasta llegar a las caballerizas. Cada patio tenía un atrio de columnas, fuentes y árboles floridos: naranjos, limoneros, trinitarias, jacarandas. Simón iba y venía libremente desde las habitaciones delanteras, donde los señores e intelectuales de la ciudad comentaban el último atropello cometido por la Compañía Guipuzcoana, hasta las habitaciones de las esclavas, ataviadas de blusas encarnadas y anchas faldas azules, y los establos de caballos de raza”.
Se encontró solo
Narra este hombre de letras, que Simón había experimentado dolorosos cambios cuando apenas tenía diez años. “Su madre falleció tuberculosa, y sus dos hermanas, de dieciséis y catorce años, respectivamente, se casaron y dejaron la casa; antes de que se cumpliese otro año, su abuelo materno, Don Feliciano, que había sido su tutor, falleció también. Simón, cuando aún no había cumplido once años, se encontró solo, sin otra compañía que su hermano mayor, con cuyo temperamento tenía muy poco en común. Su tía Josefa, hermana más joven de su madre, se hizo cargo de Simón; pero éste, sentimental e intelectualmente, encontrábase solitario. Llegó entonces la hora de Simón Rodríguez.