Sociedades Americanas en 1828

La juventud americana necesita abrir los ojos sobre su situación, y los niños tienen que aprender a leer. Los jóvenes que han de reemplazar a los padres de hoy, deben pensar y escribir mejor que sus abuelos, si quieren que en América haya patria y lengua. Esto no lo conseguirán con escrúpulos, ni con burlas, ni con puntitos de erudición.
Simón Rodríguez, en Sociedades Americanas en 1828



sábado, 21 de marzo de 2009

La inteligencia del Libertador



Los latinoamericanos sabemos que Simón Bolívar fue un hombre inteligente. Un sencillo análisis basta para comprobarlo, como es que fue un hombre que se lanzó en una increíble guerra contra los realistas españoles, quienes para la época tenían uno de los ejércitos mejores dotados del mundo, y los venció, otorgándole libertad a varias naciones, luego de haber intervenido en un sin número de batallas.
De ello no queda duda, sin embargo, saber cuán inteligente fue ese hombre inmortal es necesario saberlo. Por supuesto, sobre el particular nos limitamos a exponer lo que otros dedicados investigadores y escritores han plasmado en sus trabajos sobre nuestra historia.
Escarbo en los “Ensayos históricos” del ensayista y poeta venezolano Rufino Blanco Fombona, editado por la Biblioteca Ayacucho en 1981, donde el escritor nos deja conocer más de cerca de este valiente sudamericano.
“Exagerado en todo –dice Blanco Fombona-, lo fue también en inteligencia. Mantiene en perfecto equilibrio de exageración e inteligencia, su voluntad, su previsión, su ambición, su pugnacidad, su elocuencia y aun su mordacidad”.
Escribe este autor que “La inteligencia se descompone en cinco aptitudes intelectuales superlativamente desarrolladas en el Libertador: la memoria, la imaginación, la atención, la inspiración y el juicio. Su espíritu se manifiesta a menudo por intuiciones, como en la carta de Jamaica; pero el espíritu de análisis lo acompaña en obras decisivas como el mensaje de Angostura en 1819 y el Mensaje al Congreso de Bolivia sobre la Constitución boliviana en 1826, demostrando, según las circunstancias, capacidades que parecen excluirse”.
Dice luego este polémico escritor, siempre refiriéndose a Bolívar que “Su inteligencia aparece fulminante en la concepción, brillante en la expresión y original en la orientación. Aun en materias que no tienen por qué haber estudiado a fondo como el Derecho y que se prestan poco a la inspiración y a la originalidad, deja su huella. Es el único que completó a Montesquieu, -escribe un tratadista de Derecho Constitucional- agregando a las tres ramas en que el filósofo de Francia divide el Poder Público, el Poder Electoral o Electorado”.
“Su inteligencia no se externa por sugestión de otras inteligencias, sino en contacto con las realidades: así se explica su proyecto de Senado hereditario, y su institución del Poder Moral, tan combatidos ambos por los demás revolucionarios de entonces y por los revolucionarios teóricos de más tarde. Tenían por objeto, el uno, crear elementos de gobierno donde no había; y el otro, echar bases morales en una sociedad desmoralizada, -y no transitoriamente-. Tengo poca fe en la moral de nuestros ciudadanos, pensaba (Bolívar). La historia de América durante el siglo XIX prueba que los conocía”
Es interesante hacer un alto aquí para referirnos a Rufino Blanco Fombona, de quien el fallecido profesor Jesús Sanoja Hernández dijo en el prólogo los “Ensayos históricos” que Blanco Fombona “es el modelo referencial de quienes construyen una personalidad por encima de escuelas y partidos y a la postre sólo tienen ese yo para defenderse”.
Refirió Sanoja –también periodista y quien dio en la Universidad Central de Venezuela, UCV, la cátedra Historia de las ideas políticas, refirió también que “Uno de los dones que más repartió (Blanco Fombona) en la tierra de exilio fue el del periodismo; en extensión, y tal vez en profundidad, sólo lo superó el trajín editorial, oficio que lo colocó entre la gerencia y la promoción cultural, y que repartió su nombre por el continente, con exclusión de Venezuela, hundida en el silencio. El sabía esto y lo había denunciado cinco, diez, infinitas veces: mis libros no se permiten en Venezuela; los diarios no comentan mis obras; mi labor editorial es ocultada; mi nombre, mi solo nombre, está prohibido. Así se expresaba en libros de apuntes, en cartas a amigos, en artículos de combate.
De vuelta a su visión sobre nuestro héroe americano, Blanco Fombona señaló:
“La inteligencia de Bolívar no pertenece al género femíneo de los cerebros que necesitan para concebir la excitación y procreación ajenas: su talento es espontáneo, original, masculino, virgíneo, creador. En suma, genial”.
Refiere que (a Bolívar) “La memoria le sirve de maravilla. Se acuerda de todo, lo sabe todo. Pasados sus primeros arrebatos y sus campañas de pura audacia ha aprendido en la Escuela de las realidades lo que hay que aprender. Sabe qué vio un día, le conviene para batir al adversario. Aquí atraeré al enemigo y aquí lo batiré, dijo refiriéndose a la sabana de Carabobo. Tiempo después así lo hizo”.
Se refiere a los discursos del Libertador y dice que siempre aparecen llenos de citas y que a veces son excesivas. “”Nunca le falta en la conversación el recuerdo oportuno y la anécdota ilustrativa o amena. Cuando llega a Bogotá, en 1819, después del segundo Paso de los Andes y de la Batalla de Boyacá, saluda por su nombre a todo el mundo, incluso a personas de segundo orden que había conocido durante su breve estada allí a fines de 1814. Algunas de aquellas personas no las había visto quizás sino una sola vez”.

martes, 17 de marzo de 2009

Miranda: Un político con sentido de la realidad.



En oportunidad anterior habíamos dicho que creíamos en la tenacidad de Francisco de Miranda, con la que vivió su vida, empeñado en ese sueño de crear una gran nación para los hispanoamericanos.
Por supuesto que los amantes de la historia de este continente sudamericano, centroamericano y del Caribe han conocido de las aventuras y desventuras reales de Miranda, pero si en algo hay que creer además, es que él no fue un simple soñador, sino un emprendedor inolvidable, sensible e histórico.
Lo que escribe el lituano José Grigulievich Lavretski, en su libro “Miranda, La vida ilustre del precursor de la independencia de América Latina”, libro editado por la Fundación Instituto de Altos Estudios de Control Fiscal y Auditoria del Estado Gumersindo Torres (COFAE) de la Contraloría General de la República Bolivariana de Venezuela, es producto de una investigación apasionada e interesante.
Grigulievich dice que “Más por desesperada que pareciera la lucha, el Precursor se mantiene fiel a su ideal hasta exhalar el último aliento hasta postrer instante en su vida. Por regla general, el Precursor perece en la lucha por sus ideales. La victoria no es su destino, solo la gloria, por ende póstuma, le sirve de recompensa”.
Lo que escribió este autor es relevante porque reitera la tenacidad –de la que hemos hablado- de un hombre como el Generalísimo.
Y luego sigue:
“A primera vista parece como si todas las empresas de Miranda fracasaran. Su servicio en el ejército español termina con la huida a los Estados Unidos; su participación en la Revolución Francesa como político y General, con derrotas, procesos y encarcelamientos. Su expedición de 1806 a Venezuela, con un desastre, y, por último, su actividad como Dictador y Generalísimo de la Venezuela independiente, con la catástrofe, con la Capitulación y su propia muerte. Tampoco se vieron justificadas sus esperanzas en la ayuda de las grandes potencias rivales de España, en particular de Inglaterra. Resultaron irrealizables sus proyectos de Organización estatal de las Colonias en forma de Monarquía constitucional, lo mismo que los de su unificación en un Estado “Colombiano”.
Grigulievich Lavretski, ese historiador que cedió los derechos de su libro sobre Miranda a la Contraloría General de la República Bolivariana de Venezuela, se preguntó entonces:
¿Cabe deducir de ello que Miranda fue un iluso, un soñador fantasioso apartado de la realidad, un infortunado genial? Para luego añadir:
“En modo alguno. El caraqueño era un hombre de sano juicio y un político con sentido de la realidad. De examinar más de cerca y calar más hondo en sus acciones y proceder, puede que muchas de sus derrotas entrañaban elementos de victoria”.
Todos en este mundo en el que vivimos desempeñamos un rol. Conscientes o inconscientes, los seres humanos somos ejecutores de acciones que suelen transformar las sociedades, que las pueden ejecutar, que también las degradan como las guerras.
Algunos de estos seres humanos los ubicamos en una especie de galería: Unos son malvados, otros conquistadores, quizá guerreros, otros son creadores, unos más religiosos, místicos, luchadores, pensadores, inventores, juglares, gobernadores, estadistas, libertadores como Bolívar y pare de contar.
Y en esa especie de galería, donde las actuaciones de muchos seres son caracterizadas, Francisco de Miranda tiene un puesto clave para la historia de Latinoamérica, Central, el Caribe y para Venezuela, como es el de ser un hombre de ejemplo para una patria que recién ahora está naciendo.
Grigulievich dice algo realmente fascinante y descubridor, al señalar que “La grandeza de Miranda radica en que tenía
Justa noción del objetivo final, la conquista de la independencia por las colonias españolas, aunque se equivocara en cuanto a los medios de alcanzar ese objetivo. Es una contradicción inherente a muchos jefes revolucionarios del pasado, y en este plano Miranda no es una excepción”.

jueves, 12 de marzo de 2009

Anticipando conciencia


La filósofa Carmen Bohórquez, en ese interesante investigar de la lógica interna del Generalísimo Francisco de Miranda y de cómo éste lo asumió como su proyecto de vida, nos dice que “Si la participación de la mayor parte de los sudamericanos en el proceso emancipador fue provocada por la dinámica misma de los acontecimientos, todo lo contrario puede decirse de Miranda. Sería verdaderamente difícil encontrar otro que haya estado más consciente de la necesidad de emancipar a las colonias hispanoamericanas, o más comprometido a crear las condiciones necesarias para el éxito de una empresa de esa envergadura. Incluso, podríamos decir que su dedicación fue una escogencia racional, y que las gestiones hechas en el curso de su vida, relacionadas con esta emancipación, parecen obedecer a un plan general establecido desde siempre”.
No es complicado compartir esa visión porque, desde que muchos en este país y en el resto de Sudamérica, hemos tenido conciencia de la existencia de ese héroe y su transitar por el mundo, desde niños lo que hemos leído y escuchado de historiadores y estudiosos de Francisco de Miranda, ha sido eso, es decir, la dedicación de toda su vida por concretar esa visión de la América como una sola nación.
Quizá haya sido todo un plan –como escribe la profesora Carmen L. Bohórquez Morán en el libro Francisco de Miranda Precursor de las independencias de la América Latina- y lo haya pensado desde el mismo momento en que el poder español en estas tierras haya desconocido o ignorado el rol de su padre como Capitán. Eso no lo sabemos, pero en circunstancias en las que se es víctima de una injusticia disímiles elaboraciones ocurren en las mentes de los hombres que los llevan a hacerse planteamientos que tienen como centro una reivindicación por el daño o la afrenta ocasionada. Todo esto entra en el especular.
Se pasea la profesora Bohórquez por esa estela de escritos hechos por Miranda cuando refiere que lo apuntado por este impetuoso militar ponían de relieve el convencimiento de que la emancipación de esta parte de la América era una exigencia histórica que no podía ser postergada por mucho más tiempo.
“En el caso de Miranda –cita- , el hecho de haber asumido esta exigencia tiene tal vez un valor mucho más digno de atención que el que pueda tener para el resto de sus compatriotas. En primer lugar, por la anticipación con la cual se arrogó la tarea de contribuir a realizar dicha emancipación. En segundo lugar, porque supo sobreponerse a sus conflictos personales con el Estado español para actuar en tanto que “agente” de las provincias y de los pueblos oprimidos de América. Poco importa si fue verdaderamente designado como tal, o si fue él mismo quien se definió de ese modo; el hecho es que Francisco de Miranda asumió ese rol y a él consagró enteramente su vida. Más aún, pudiendo escoger entre diversos caminos, entre los cuales algunos le hubieran proporcionado una vida cómoda y seguramente relevante, optó por aquel que, desde todo punto de vista, estaba sembrado del mayor número de dificultades y exigía de él una renuncia total a todo proyecto personal”.
Añadiríamos otro elemento más, en esa larga carrera que se disparó Miranda, en la búsqueda de emanciparnos del Estado español y de crear una gran nación para los latinoamericanos. Pudiéramos hablar de su tenacidad, de esa perseverancia para insistir una y otra vez, sin decaer en momento alguno, por el contrario, viendo cerrar puertas y sin el menor entreguismo, abrir otras que le permitieran seguir soñando con concretar sus planes. Sin duda, es Francisco de Miranda y su batallar, un ejemplo a seguir por todos los latinoamericanos.

domingo, 1 de marzo de 2009

El lado oscuro de esa joven democracia de EE.UU.



José Grigulievich Lavretski, historiador de origen lituano, un académico interesado en los asuntos latinoamericanos y quien publicó en 1960 (en idioma ruso), Miranda La vida ilustre del precursor de la independencia de América Latina, (*), nos refiere que este venezolano universal escribió a sus amigos caraqueños desde Estados Unidos, en 1784, contándoles que fue en Nueva York donde había nacido el plan para conquistar “la independencia y la libertad de todo el continente hispanoamericano con la ayuda de Inglaterra, la más interesada en ello en razón de que España fue la primera en dar ejemplo prestando a las colonias inglesas apoyo en su lucha por la independencia”.
Durante el tiempo que estuvo en esa nación del norte de este continente americano, Francisco de Miranda hizo amplias relaciones con los hombres que formaban parte de la revolución norteamericana.
Grigulievich Lavretski narra en su libro que el prócer criollo conoció al General Henry Knox, quien sería ministro de la Guerra, al aristócrata Alejandro Hamilton (uno de los secretarios de George Washington), Tomás Paine, Filósofo rebelde y al Coronel William S. Smith y otros personaje s importante de la época.
Se desprende que, de esas relaciones el joven Coronel habría pensado que la gesta que se emprendería en el sur del continente, contaría con el apoyo de la nueva nación de habla inglesa, pero al poco tiempo se dio cuenta de que no sería de ese modo, ya que habiendo salido la joven nación de una larga confrontación bélica, no estaban en condiciones de enfrascarse de nuevo en otra guerra y esta vez con España. Por supuesto, ello le conduce a pensar que sería Inglaterra de donde vendría la ayuda para lanzarse a independizar a Hispanoamérica.
El escritor narra que “La joven democracia de los Estados Unidos produjo gran impresión en Miranda. Considera positivos aspectos de la misma como la participación de vastas capas de la población en la gestión municipal, la inexistencia de barreras estamentales, lo extendida que está la enseñanza. Todo esto contribuye al rápido desenvolvimiento económico y cultural de la nueva república. Pero también ve claramente el joven caraqueño muchos lados oscuros del nuevo régimen: la prepotencia de la riqueza, la hipocresía religiosa, el culto al negocio. <>
En su libro, el profesor Lavretski dice que una vez en Boston, en una entrevista que sostuvo con Samuel Adams, abogado y político de renombre y luego muy pronto embajador en Londres, Francisco de Miranda lo puso en aprietos con su crítica de la forma de gobierno norteamericana:
<< ¿Cómo es que en vuestro país –le preguntó- la ley proclama la virtud base de la democracia, mientras que en la realidad todo el poder pertenece a la propiedad? La riqueza es la que gobierna aquí, y no la virtud. ¿No perecerá por ello vuestra república? O tomemos vuestra actitud ante la religión. Vuestras leyes consideran la religión asunto privado del ciudadano, la ley no da preferencia a ninguna secta o culto, pero en la práctica únicamente quienes profesan el cristianismo pueden en vuestro país desempeñar cargos de gobierno, ser legisladores. ¿Acaso esto es justo?>>
Según escribe el doctor Lavretski, Adams tuvo que reconocer la razón que asistía a Miranda. Ese encuentro marcó el comienzo de una duradera amistad entre ellos.
Cita el autor del libro sobre Francisco de Miranda, que John Adams, “que sería el segundo presidente de los Estados Unidos, también recibió a Miranda y departió largo y tendido con él acerca de la situación en las colonias españolas. Posteriormente, John Adams escribiría:
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