En oportunidad anterior habíamos dicho que creíamos en la tenacidad de Francisco de Miranda, con la que vivió su vida, empeñado en ese sueño de crear una gran nación para los hispanoamericanos.
Por supuesto que los amantes de la historia de este continente sudamericano, centroamericano y del Caribe han conocido de las aventuras y desventuras reales de Miranda, pero si en algo hay que creer además, es que él no fue un simple soñador, sino un emprendedor inolvidable, sensible e histórico.
Lo que escribe el lituano José Grigulievich Lavretski, en su libro “Miranda, La vida ilustre del precursor de la independencia de América Latina”, libro editado por la Fundación Instituto de Altos Estudios de Control Fiscal y Auditoria del Estado Gumersindo Torres (COFAE) de la Contraloría General de la República Bolivariana de Venezuela, es producto de una investigación apasionada e interesante.
Grigulievich dice que “Más por desesperada que pareciera la lucha, el Precursor se mantiene fiel a su ideal hasta exhalar el último aliento hasta postrer instante en su vida. Por regla general, el Precursor perece en la lucha por sus ideales. La victoria no es su destino, solo la gloria, por ende póstuma, le sirve de recompensa”.
Lo que escribió este autor es relevante porque reitera la tenacidad –de la que hemos hablado- de un hombre como el Generalísimo.
Y luego sigue:
“A primera vista parece como si todas las empresas de Miranda fracasaran. Su servicio en el ejército español termina con la huida a los Estados Unidos; su participación en la Revolución Francesa como político y General, con derrotas, procesos y encarcelamientos. Su expedición de 1806 a Venezuela, con un desastre, y, por último, su actividad como Dictador y Generalísimo de la Venezuela independiente, con la catástrofe, con la Capitulación y su propia muerte. Tampoco se vieron justificadas sus esperanzas en la ayuda de las grandes potencias rivales de España, en particular de Inglaterra. Resultaron irrealizables sus proyectos de Organización estatal de las Colonias en forma de Monarquía constitucional, lo mismo que los de su unificación en un Estado “Colombiano”.
Grigulievich Lavretski, ese historiador que cedió los derechos de su libro sobre Miranda a la Contraloría General de la República Bolivariana de Venezuela, se preguntó entonces:
¿Cabe deducir de ello que Miranda fue un iluso, un soñador fantasioso apartado de la realidad, un infortunado genial? Para luego añadir:
“En modo alguno. El caraqueño era un hombre de sano juicio y un político con sentido de la realidad. De examinar más de cerca y calar más hondo en sus acciones y proceder, puede que muchas de sus derrotas entrañaban elementos de victoria”.
Todos en este mundo en el que vivimos desempeñamos un rol. Conscientes o inconscientes, los seres humanos somos ejecutores de acciones que suelen transformar las sociedades, que las pueden ejecutar, que también las degradan como las guerras.
Algunos de estos seres humanos los ubicamos en una especie de galería: Unos son malvados, otros conquistadores, quizá guerreros, otros son creadores, unos más religiosos, místicos, luchadores, pensadores, inventores, juglares, gobernadores, estadistas, libertadores como Bolívar y pare de contar.
Y en esa especie de galería, donde las actuaciones de muchos seres son caracterizadas, Francisco de Miranda tiene un puesto clave para la historia de Latinoamérica, Central, el Caribe y para Venezuela, como es el de ser un hombre de ejemplo para una patria que recién ahora está naciendo.
Grigulievich dice algo realmente fascinante y descubridor, al señalar que “La grandeza de Miranda radica en que tenía
Justa noción del objetivo final, la conquista de la independencia por las colonias españolas, aunque se equivocara en cuanto a los medios de alcanzar ese objetivo. Es una contradicción inherente a muchos jefes revolucionarios del pasado, y en este plano Miranda no es una excepción”.
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