Sociedades Americanas en 1828

La juventud americana necesita abrir los ojos sobre su situación, y los niños tienen que aprender a leer. Los jóvenes que han de reemplazar a los padres de hoy, deben pensar y escribir mejor que sus abuelos, si quieren que en América haya patria y lengua. Esto no lo conseguirán con escrúpulos, ni con burlas, ni con puntitos de erudición.
Simón Rodríguez, en Sociedades Americanas en 1828



viernes, 16 de abril de 2010

Simón, el de la energía bicentenaria

En este tiempo bicentenario de nuestra independencia, siempre será bueno conocer más del hombre que nos dio la libertad a costa de su propia vida y las riquezas que poseía.
Simón Bolívar, como cualquier ser humano, tuvo una vida con sus altas y bajas, de lo cual no hay dudas y especialmente si tomamos en consideración como fue su infancia, impactada por la desaparición de sus progenitores, además de otras situaciones que debieron haber dejado huella en su corazón, como aquellas que tenían que ver con las relaciones con sus familiares, tutores, la temprana muerte de su esposa y otras más, que habrían contribuido a crear esa mezcla que otorgó personalidad a ese magnífico hombre.
El estadounidense Waldo Frank, Doctor en Letras de Yale, fallecido en 1967, escribió una biografía sobre el Libertador y que fue recogida en su libro “Simón Bolívar nacimiento de un mundo” y que la Fundación El perro y la rana, del Ministerio del Poder Popular para la Cultura, publicó en el 2006, en la Serie Testimonios de la Colección Alfredo Maneiro.
Interesante conocer esos detalles de la vida de Bolívar, que difícilmente habrían aparecido en un libro de historia para conocimiento de nuestros estudiantes, en las administraciones anteriores a la revolución bolivariana. Es un punto sin discusión.
Waldo Frank escribe que cuando Simón Bolívar nació, “su padre tenía cincuenta y siete años, y su madre, veinticuatro. Llamábase ésta María de la Concepción de Palacios, y descendía de familia noble, aunque moderadamente rica. Cuenta una leyenda que el muchacho era tan testarudo y rebelde, que su madre, viuda, le envió a vivir con el abogado de la familia, el astuto Miguel José Sanz; pero que este lo encontró también tan ingobernable que se lo encomendó a Simón Rodríguez, joven extremista, lector de Rousseau. Todo ello resulta improbable. Doña María gobernaba airosamente sus propiedades y a sus hijos. Era una mujer de carácter, y a ella salieron en energía y rasgos distintivos la hija Mayor, María Antonia, y el hijo más pequeño, Simón. Los dos hijos intermedios, Juan Vicente, el heredero, y Juana, tenían los ojos azules, el cabello rubio y la blanda sensibilidad de su padre. El padre de Doña María, Feliciano de Palacios y Sojo, era un hombre de ideas liberales, y su joven amigo, el extremista Rodríguez, le servía de secretario y frecuentaba la casa de la plaza de San Jacinto”.
Refiere el autor que los aristócratas de la sociedad de aquel tiempo, había una inquietud y la atmosfera que se respiraba era de una elegante rebeldía, y de ella respiró Simón en su propio hogar.
Puntualiza en su biografía las características de Simón, que era estudioso, poseía inclinación por la matemática y leía buenos libros y enfatiza al señalar que pocos había que no lo fuesen (al referirse a los libros).
Esos detalles
“Cada uno de los cuatro hijos –cita Waldo Frank- tenía su dormitorio propio, en el que había un crucifijo por encima de las almohadas cubiertas de brocado”.
El escritor hace gala de su investigación al describir con detalles el ambiente en el que se movía el niño Simón:
-“A espaldas del patio de la familia estaban las habitaciones de la servidumbre, que iban marcando un descenso de elegancia, desde el lujo algo severo de las habitaciones de los amos hasta llegar a las caballerizas. Cada patio tenía un atrio de columnas, fuentes y árboles floridos: naranjos, limoneros, trinitarias, jacarandas. Simón iba y venía libremente desde las habitaciones delanteras, donde los señores e intelectuales de la ciudad comentaban el último atropello cometido por la Compañía Guipuzcoana, hasta las habitaciones de las esclavas, ataviadas de blusas encarnadas y anchas faldas azules, y los establos de caballos de raza”.
Se encontró solo
Narra este hombre de letras, que Simón había experimentado dolorosos cambios cuando apenas tenía diez años. “Su madre falleció tuberculosa, y sus dos hermanas, de dieciséis y catorce años, respectivamente, se casaron y dejaron la casa; antes de que se cumpliese otro año, su abuelo materno, Don Feliciano, que había sido su tutor, falleció también. Simón, cuando aún no había cumplido once años, se encontró solo, sin otra compañía que su hermano mayor, con cuyo temperamento tenía muy poco en común. Su tía Josefa, hermana más joven de su madre, se hizo cargo de Simón; pero éste, sentimental e intelectualmente, encontrábase solitario. Llegó entonces la hora de Simón Rodríguez.

No hay comentarios: