Sociedades Americanas en 1828

La juventud americana necesita abrir los ojos sobre su situación, y los niños tienen que aprender a leer. Los jóvenes que han de reemplazar a los padres de hoy, deben pensar y escribir mejor que sus abuelos, si quieren que en América haya patria y lengua. Esto no lo conseguirán con escrúpulos, ni con burlas, ni con puntitos de erudición.
Simón Rodríguez, en Sociedades Americanas en 1828



domingo, 27 de marzo de 2011

Antes de Venezuela







Leo con agrado de la Colección Bicentenario que publica el Correo del Orinoco, de Venezuela, el folleto titulado “Antes de Venezuela”. Es un guión que escribe Michel Bonnefoy con ilustraciones del amigo Omar Cruz.
¿Qué nos dice en su fácil lectura?
Comienza por señalar, en el capítulo La vida antes de la devastación, que “Durante siglos se impuso la visión europea de que la historia de Venezuela –y en general, de América- habría comenzado con la llegada de Cristóbal Colón y el “descubrimiento” de un “nuevo mundo”, según los conquistadores, carente de saberes, de pensamiento propio y, por ende, de civilización.
Hay que decir acá, que ese pensamiento no ha desaparecido todavía y de allí que venezolanos y demás latinoamericanos hayan padecido en los siglos pasados y tiempos contemporáneos, la injerencia de los imperios en sus asuntos internos.
Pero el tema sigue y así, registra la reseña que” Sin embargo, cuando los españoles llegaron a usurpar estas tierras a principio de siglo XVI, aproximadamente medio millón de personas vivían en el territorio que más tarde conformaría Venezuela”.
La preservación de equilibrio
Importante los detalles que a continuación añadimos:
“Numerosas etnias de orígenes diversos coexistían en selvas, montañas y llanuras irrigadas por ríos caudalosos. La característica principal de todas ellas era su estrecha relación con la naturaleza. Su filosofía era la preservación del equilibrio entre las necesidades inherentes al desarrollo y crecimiento poblacional, con la protección de la flora y la fauna silvestre, sin las cuales desaparecerían. Muchas comunidades de la selva consideraban el transcurrir de la vida humana paralela a las plantas:

En la Tierra no había nada ni
Nadie, sólo la fuerza. Como
ésta se sentía sola, llenó
la planicie de piñas, que luego
mandó a que se abran para
dar nacimiento a los bari,
quienes lo primero que
hicieron fue construir una
casa comunal para vivir todos
juntos. La hicieron de palma
real para que sea fresca y
ovalada para recordar a las
piñas de origen. Colgaron
los chinchorros y al centro
encendieron el fuego. Después
fueron al bosque a buscar semillas.

La leyenda Bari anterior ilustra la belleza de la inocencia con la que nuestros pobladores primitivos, vivían en sus equilibrados parajes y, por supuesto, como es de suponer eran poseedores de una conciencia colectiva en función de cada una de las individualidades que hacían los diferentes colectivos, esto es, “somos todos, pero somos uno solo”, unan vivencia real que vino a padecer la agresión de imperio español.
Más adelante, este interesante y sencillo texto nos habla de que había una gran cantidad de comunidades con sus propias lenguas que vivían armoniosamente en sus ambientes, tales era los casos de “waraos en los caños de la desembocadura del río Orinoco, timotes en las montañas de los Andes, arahuaco en las planicies, caribes en la costa, wayúu en torno al lago Maracaibo, yanomami en las selvas de Amazonas, entre otros”.    
El guión de Michel Bonnefoy ilustra con facilidad esta historia nuestra que es antes de la legada de Colón y nos refiere que aquella “variedad y la extensión de esa geografía, amazónica, andina, y caribeña, determinó la diversidad cultural de los múltiples pueblos que ahí habitaban”.
Si no había necesidad, una palma no era derribada
¡Qué distantes nuestros padres habitantes de este continente sureño, de los actuales depredadores del ambiente en nuestras geografías! La narración de “Antes de Venezuela”  “Antes sigue y nos dice que “A diferencia de lo que propagaron los colonizadores europeos en su afán de aplastar lo existente en las culturas indígenas, los aborígenes de la época hacían uso de tecnologías rudimentarias para la construcción de viviendas, diques, terrazas, canales de riego, entre otras. Había comunidades nómadas, cazadores de dantas y manatíes, y había agricultores sedentarios, en particular sembradores de maíz, un cultivo que exigía complejos sistemas de regadío, con diques y embalses para controlar los ríos”.   
Además, el guionista nos dice que otros que integraban las diferentes comunidades era los que se especializaban en la recolección de conchas marinas y estaban también los pescadores, cuyos grupos se movilizaban e embarcaciones fabricadas de un solo tronco de árbol caído. Era tal la relación de equilibrio con el ambiente que “La consonancia que regía como norma  la relación que los indígenas establecían con su entorno natural no les permitía derribar una palma sin tener una necesidad. Mientras unos adecuaban el terreno montañoso a la agricultura construyendo terrazas, otros edificaban muros de piedra para ordenar los sembradíos”.
Las semillas de palma moriche que originaron la vida
El amplio y agradable encuentro que tenemos con la historia de nuestra vida primitiva, al calor de la lectura de estas amenas páginas de “Antes de Venezuela”, que debería ser leída no solo por los propios habitantes del país sino por todos los latinoamericanos, nos lleva al encuentro con una vida de equilibrio perdida en nuestro continente.
Solo nos basta recordar, en el caso de la selva brasileña, el titular “La destrucción de la Amazonia es una decisión de los empresarios, como lo refiere la Agencia Latinoamericana de Información, a través de la Web América en Movimiento, Los medios dominantes difunden la explicación que la quema y tala de la mayor selva del mundo es responsabilidad de familias pobres que tratan de sobrevivir. La verdad es que la selva amazónica es un negocio de millonarios. Ellos no van a renunciar a explotarlo y solo una revolución puede salvarla.
Y mucho más hacia el norte, en Venezuela, en fecha reciente el gobierno revolucionario puso en práctica el Plan Caura, destinado a eliminar de una vez por todas la minería ilegal en el estado Bolívar, donde ha hecho grandes afectaciones. El Plan Caura fue aplaudido por los pueblos indígenas que siempre han estado defendiéndose de la actividad de la minería. Pero lo cierto, es que la afectación de la cuenca Amazónica ha estado asaltada en todas las naciones que las comparten por la voracidad de las grandes transnacionales y las irresponsabilidades de algunos gobernantes.  
Pero una cosa es cierta, es  que la variedad de mitos y leyendas de nuestros primitivos habitantes, muestran la gran vinculación entre todos los pueblos con la naturaleza que les ha dado cobijo.
“Una sola pareja de humanos sobrevivió al diluvio. Desde una montaña dispersaron semillas de palma moriche que dieron vida alas mujeres y los hombres de planeta. La simbiosis con la naturaleza se traducía también en una gran variedad de viviendas, dependiendo del hábitat inmediato (ninguno de los aborígenes de esas tierras solía traer materiales de regiones lejanas para edificar o fabricar sus instrumentos), desde casas de piedra unifamiliares en las zonas más frías hasta churuatas colectivas de madera y palmas que agrupaban al grupo familiar extendido, sin olvidar los palafitos wayúu y waraos, viviendas comunes apoyadas sobre pilotes en lagunas y manglares en ambos extremos de esa geografía accidentada”.
Una lectura agradable, amena, un texto claro, sencillo, que se apodera de nuestra atención.  El segundo fascículo de esta serie nos ilustrará bastante acerca de la conducta imperial española: “Con Colón empezó el saqueo”.

Antes de Venezuela
Colección Bicentenario
Correo del Orinoco
Caracas-Venezuela

2 comentarios:

Lic. José Pérez Leal dijo...

Estám muy buenas las referencias documentales y bibliográficas pero carecen de año de edición y sus detalles para hacer las consultas e investigaciones independientes. Saludos

Lic. José Pérez Leal dijo...

Por ejemplo, Bonnefoy, M. (2011), Resistencia Indígena. Caracas Venezuela. Fascìculo 3, Colección Bocentenaria. Correo del orinoco