Sociedades Americanas en 1828

La juventud americana necesita abrir los ojos sobre su situación, y los niños tienen que aprender a leer. Los jóvenes que han de reemplazar a los padres de hoy, deben pensar y escribir mejor que sus abuelos, si quieren que en América haya patria y lengua. Esto no lo conseguirán con escrúpulos, ni con burlas, ni con puntitos de erudición.
Simón Rodríguez, en Sociedades Americanas en 1828



jueves, 1 de diciembre de 2011

Bolívar, el hombre de las dificultades





Nunca ha sido fácil escribir sobre Simón Bolívar y por eso, le concedo desde este blog mucha importancia a esos hombres que se dedicaron y se han dedicado a investigar la vida de este genio latinoamericano. Y además, la vida del Libertador fue y sigue siendo tan ejemplar que ha insuflado, aún después de hacer la guerra y morir decepcionado, el espíritu de los latinoamericanos de revolución.
Pero, ¿Lo sabemos todo sobre El Libertador?
Indalecio Liévano Aguirre, cuyo libro Bolívar, ha sido considerado una obra biográfica y apasionada sobre este importante y verdadero héroe Latinoamericano, nos presenta  en el Capítulo XV, La tierra prometida,  la descripción que hace un oficial británico, integrante del primer regimiento de lanceros venezolanos sobre este guerrero y que considero necesario dejar acá, con la idea de que tengamos una aproximación más sincera hacia este grande hombre:
(,,,) Cuando yo conocí a Bolívar tenía treinta y cinco años; no era alto, pero bien proporcionado  y bastante flaco. Llevaba un casco, una chaqueta de paño azul con vueltas rojas y tres series de botones dorados, pantalones azules y, a guisa de zapatos, sandalias de cuero (…) Los oficiales que lo rodeaban eran casi todos de color, excepto los generales Páez y Urdaneta. Pocos de ellos tenían chaqueta. Su vestido consistía en una camisa hecha de pañuelos de diferentes colores, muy ancha y con grandes mangas; pantalones blancos rotos, que les llegaban a las rodillas, y un sombrero de hojas de palmera con penacho de plumas. Casi todos estaban descalzos, pero ceñían grandes  espuelas de plata con rodajas de cinco pulgadas, a lo menos, de diámetro.
Pero hay otro momento en que Indalecio Liévano Aguirre, en su libro, nos ofrece la descripción que, de Simón Bolívar da el oficial Gustavo Hippisley, uno de los jefes de las tropas inglesas y e irlandesas que vinieron a luchar a favor de nuestra independencia:
El general Bolívar tiene una apariencia poco interesante, y, no contando sino 38 años, aparenta 50. Su estatura es de cinco pies, seis pulgadas, seco, demacrado, inquieto, febril. Parece haber soportado  grandes fatigas. Sus ojos oscuros, a juzgar por lo que refieren sus amigos, eran brillantes, pero ahora son opacos y pesados. Pelo negro, atado atrás por una cinta; bigotes largos, pañuelo negro alrededor del cuello, gran casaca azul y pantalones del mismo color, botas y espuelas. Ante mis ojos pudo haber pasado por todo, menos por lo que era en realidad. En la hamaca, donde se recostaba hundido, mientras conversaba, no permanecía dos minutos en la misma posición.
Las desobediencias de Páez
Le añadimos aquí lo escrito por Liévano Aguirre, quien sobre los malestares del guerrero apuntó:
“Poco contribuyeron las noticias recibidas en estos tristes días para ayudar a su convalecencia; por ellas supo  que Cedeño había sido batido en Calabozo por Morales, y La Torre había obligado a Páez internarse definitivamente en el Apure. Los Llanos de occidente y del centro estaban perdidos o, cuando menos gravemente amenazados, y la causa republicana, cuyo renacimiento en 1817 había puesto en marcha las excepcionales energías que llevaron sus ejércitos hasta las puertas mismas de Caracas, entraba en peligroso eclipse, pues los territorios aún dominados por los patriotas se encogían  como una piel de zapa; solamente parecía segura la Guayana , punto inicial de partida”.
Señaló el autor que las “apariencias señalaban  a Bolívar  como el culpable del fracaso de la campaña sobre Caracas; pero él sabía muy bien que la causa de la derrota residía en las desobediencias del general Páez, que, preocupado por mantener su feudo del Apure, había privado al ejército republicano, en los momentos decisivos, del necesario apoyo de la caballería llanera. Lo que más ha contribuido –escribía a Brión- a prolongar esta campaña ha sido la temeraria resistencia de San Fernando, y el empeño del general Páez de tomar esta plaza, que siempre se habría rendido con el simple bloqueo que se le había puesto desde mi llegada aquí”. 
Pero hay más sobre  Simón Bolívar, que el escritor colombiano nos entregó en su libro:
“El día 29 de mayo, todavía muy débil, Bolívar subió a una pequeña embarcación de su escuadrilla, que debía conducirle por el Orinoco hasta Angostura, donde estaba próximo a instalarse el Congreso, convocado por él en los momentos de euforia que precedieron a la catástrofe. Pocas horas después se desplegaron las velas y los escombros de San Fernando, capital soñada por Páez para su imperio llanero, se alejaban de su vista, como se alejaban dolorosos recuerdos de esta agitada etapa de su existencia ante las nuevas preocupaciones que, muy a su pesar, le llenaban de inquietud. ¿Cómo recibiría  los leales  las malas nuevas y qué harían los descontentos y los rebeldes  al conocer los últimos contratiempos? Tales eran las preguntas que se formulaba el Libertador, mientras la embarcación se deslizaba  velozmente sobre las ondas del Orinoco, y el general Morillo, convaleciente como él, recibía de su rey, en premio de la victoria, el título de marqués de La Puerta ”.

BOLÍVAR
Liévano Aguirre, Indalecio
Colección Clásicos Americanos/serie Biografías
Tomado de las ediciones de las editoriales Ciencias Sociales y José Martí
La Habana, 2005
Fundación Editorial El perro y la rana, 2011
Alba Cultural


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