Sociedades Americanas en 1828

La juventud americana necesita abrir los ojos sobre su situación, y los niños tienen que aprender a leer. Los jóvenes que han de reemplazar a los padres de hoy, deben pensar y escribir mejor que sus abuelos, si quieren que en América haya patria y lengua. Esto no lo conseguirán con escrúpulos, ni con burlas, ni con puntitos de erudición.
Simón Rodríguez, en Sociedades Americanas en 1828



martes, 8 de julio de 2008

¿La mentira se posa sobre la verdad?


He aquí un dilema terrible frente al cual los ciudadanos parecen haberse inclinado, dolorosamente, desde hace siglos y que en este particular tiempo en crisis, pareciera enseñorearse sobre la los seres humanos.
La interrogante es necesaria, en este momento, cuando atestiguamos cada día una avalancha de informaciones cuyo respaldo no viene determinado por una realidad que las personas puedan comprobar de modo prístino.
¿Todas las personas asumen las informaciones que les suministran los medios de comunicación social como asuntos verdaderos? Particularmente no hemos visto profundas investigaciones que nos digan cuán cierto es ese punto de vista, pero hasta los momentos presentes, tampoco estudio alguno ha dado como cierto lo contrario.
Las únicas investigaciones de las que suelen hablar algunos autocalificados analistas a nivel mundial, son aquellas que presuntamente vienen respaldadas por algún tipo de encuesta, que luego es sometida a procesamiento, siempre al margen del usuario final, como son los consumidores, por utilizar una desagradable palabra que siempre coloca en minusvalía al ser humano.
Lo que es una verdad inocultable, lamentablemente, es que los medios de comunicación en nada representan los intereses de esa mayoría que consume los mensajes que elaboran para su venta.
Pero, diría un interesado en el tema, ¿todos los medios de comunicación mienten? Ante una interrogante como esa que puede ser calificada de acertada por cualquier observador, la respuesta genera otras interrogantes y otras respuestas.
Un académico que manejara el tema podría, con toda claridad, decir que no todos mienten. Pero otro especialista comenzaría a complicar el asunto en cuestión al decir que no se trata de mentiras o verdades, simplemente es un asunto de intereses: “Nunca los intereses del dueño de una planta de televisión, por ejemplo, son los mismos de un guardia de seguridad que, con una botella de cerveza en mano y tirado en un mueble, observa un programa de televisión, en la soledad de un pequeño apartamento”.
Otro estudioso del tema diría que la cuestión no es que se miente, sino más bien de inclinar sutilmente los mensajes hacia un área específica que, presuntamente, estaría en el campo de influencia de las instituciones y los personajes con los cuales el dueño del aparato informativo se identifica.
Pero también otro experto, más avezado que los anteriores, se atrevería a lanzar otra interrogante muy a tono con lo tratado, al decir (no niega ni rechaza), “los inversionistas en el área de la comunicación exponen sus capitales para ganar y no perder”, mientras se ubican en sus directivas y dejan el asunto de la mentira y la verdad, como verdadera papa caliente, en manos de los periodistas, que se ubican en un escalafón inferior y, que como es obvio, son personas que trabajan por un salario, con un nivel intelectual interesante y una alta inclinación por los dictados de su hemisferio derecho, en dos palabras, un carácter humanista.
Pero el asunto de la verdad y la mentira no queda allí, porque todo, igualmente, depende la gente. Se trata de algo más complejo para que pueda ser manejado exclusivamente por los inversionistas y los comunicadores.
Decir la verdad y mentir tienen una escuela que data de siglos y que fue siendo desarrollada en el tiempo por los grupos de intereses que han estado en pugna por el control de la vida en todo el planeta.
Y esos grupos o elites que controlan aparecieron tan igual como el lenguaje de señas y los gritos, junto con el miedo y la ira, la posesión de cosas y el compartir el pedazo de presa que se había capturado. De igual forma como nació el más fuerte y medio se desarrollo el otro semejante; incluso acá, donde las diferencias de vida son tan claras, ya aparece la imposición, el control, la obediencia, el seguimiento y el acostumbrarse a asentir de modo ineludible.
Y todas estas conductas de la vida, con sus imperfecciones que se multiplicaron en el tiempo junto a las mejores actitudes del individuo, se fueron montando unas sobre otras, con sus múltiples expresiones, como capas de humus sobre humus, hasta nuestros días.
Las diferencias junto a ciertas soluciones, el equilibrio y las posibilidades de respuestas posibles a su futuro, las ha venido encontrando el ser humano a medida que evoluciona y por eso progresa.
Por estos días en que la comunicación y la información, al menos en Latinoamérica y el Caribe, vuelve a ser tema y punto vital para el desarrollo de las naciones de esta parte del mundo, la verdad y la mentira vuelve a ser el punto principal dentro de la gran discusión que hay hoy en el continente más joven y en los demás pueblos del sur de la tierra. Hoy día los latinoamericanos tienen clara una realidad: se miente con más frecuencia que la deseada, con la finalidad de dominar, de controlar y de expoliar nuevamente, como en siglos pasados lo hicieron otros, solo que ahora, el manejo de la mentira es superado por el conocimiento y las visiones que tienen los hombres y mujeres de las nuevas generaciones, más preparados y más conscientes que nunca.
Un ejemplo de ese control de los demás por asuntos de intereses, saliendo de la temática de la comunicación y de la información, aunque no del todo porque éstas últimas son herramientas utilizadas por los primeros, ha sido precisamente el planteamiento e idea casi concreta de los europeos, de restringir la presencia de inmigrantes en sus países.
La pregunta que nos venimos haciendo por estas sureñas tierras de Latinoamérica, es si las etnias, los habitantes primigenios de esta parte del planeta le llegaron a pedir pasaportes y visas a los señores del viejo continente y les hicieron pagar algún impuesto por llevarse el oro, la plata y cuanta riqueza lograron a punta de violencia.

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