Sociedades Americanas en 1828

La juventud americana necesita abrir los ojos sobre su situación, y los niños tienen que aprender a leer. Los jóvenes que han de reemplazar a los padres de hoy, deben pensar y escribir mejor que sus abuelos, si quieren que en América haya patria y lengua. Esto no lo conseguirán con escrúpulos, ni con burlas, ni con puntitos de erudición.
Simón Rodríguez, en Sociedades Americanas en 1828



martes, 21 de octubre de 2008

Bolívar, el hombre


“tenía la frente alta, pero no muy ancha y surcada de arrugas desde temprana edad (…) Pobladas y bien formadas las cejas; los ojos negros, vivos y penetrantes; la nariz larga y perfecta; tuvo en ella un pequeño lobanillo que le preocupó mucho, hasta que desapareció en 1820 dejando una señal casi imperceptible. Los pómulos salientes; las mejillas hundidas, desde que le conocí en 1818. La boca fea y los labios algo gruesos.La distancia de la nariz a la boca era notable. Los dientes blancos, uniformes y bellísimos; cuidábalos El pelo negro, fino y crespo; lo llevaba largo en los años de 1818 a 1821 en que empezó a encanecer y desde entonces lo uso corto. Las patillas y bigotes rubios; se los afeitó por primera vez en Potosí en 1825.
“(…) Aunque grande apreciador y conocedor de la buena cocina, comía con gusto los sencillos y primitivos manjares del llanero y del indio. Era muy sobrio; sus vinos favoritos eran graves y champaña; ni en la época en que más vino tomaba nunca le vi beber más de cuatro copas de aquél o dos de éste. Hacía mucho ejercicio. No he conocido a nadie que soportase como él las fatigas. Después de una jornada que bastaría para rendir al hombre más robusto, le he visto trabajar cinco o seis horas, o bailar otras tantas, con aquella pasión que tenía por el baile. Dormía cinco o seis horas de las veinticuatro, en hamaca, en catre, sobre un cuero, o envuelto en su capa en el suelo y a campo raso, como pudiera hacerlo sobre blanda espuma. Su sueño era tan ligero y su despertar tan pronto, que no a otra cosa debió la salvación de la vida en el Rincón de los Toros. En el alcance de la vista y en lo fino del oído no le aventajaban ni los llaneros. Era diestro en el manejo de las armas, y diestrísimo y atrevido jinete, aunque no muy apuesto a caballo. Apasionado por los caballos inspeccionaba personalmente su cuido, y en campaña o en la ciudad, visitaba varias veces al día a las caballerizas. Muy esmerado en su vestido y en extremo aseado, se bañaba todos los días, y en las tierras calientes hasta tres veces al día (…)
Esta parte descriptiva de cómo veía a su jefe El Libertador, la hizo su edecán Daniel O´Leary y está registrada en el libro Simón Bolívar Escritos Anticolonialistas, del poeta Gustavo Pereira, doctor en Estudios Hispanoamericanos de la Universidad de Paris, Francia y fundador del Departamento de Humanidades y Ciencias del Centro de Investigaciones Sociohumanísticas de la Universidad de Oriente, UDO, estado Anzoátegui, Venezuela.
La idea fundamental de abusar del talento de este humanista que es Gustavo Pereira, oriundo de la isla de Margarita, de exponer algunas cosas de su valioso libro, es que este intelectual nos permite mostrar esa parte del caraqueño inmortal alejada de los añejos registros oficializados, a veces por enemigos o por quienes se mostraban ante él con la lisonja. Es necesario escribir sobre El Libertador para mostrarlo como lo figuraron sus más cercanos y porque en este momento, hay que decirlo a los cuatro vientos, es el espíritu que guía a los venezolanos en la revolución, de hecho, es bolivariana.
Pereira nos narra en su libro, por ejemplo, que Páez, quien le viera por primera vez en 1818, lo recuerda así en las páginas autobiográficas que escribiera en su vejez:
“Hallábase entonces Bolívar en lo más florido de sus años y en la fuerza de la escasa robustez que suele dar la vida ciudadana. Su estatura, sin ser procerosa, era, no obstante, suficientemente elevada para que no la desdeñase el escultor que quisiera representar a su héroe; sus dos principales distintivos consistían en la excesiva movilidad del cuerpo y el brillo de sus ojos, que eran negros, vivos, penetrantes e inquietos, con mirar de águila, circunstancia que suplía con ventaja a lo que la estatura faltaba para sobresalir entre sus acompañantes. Tenía el pelo negro y crespo, los pies y las manos tan pequeños como los de una mujer, la voz aguda y penetrante. La tez tostada por el sol de los trópicos; conservaba no obstante la limpidez y lustre que no habían podido arrebatarle los rigores de la intemperie ni los continuos y violentos cambios de latitud por los cuales había pasado en sus marchas (…) Era amigo de bailar, galante y sumamente adicto a las damas y diestro en el manejo del caballo; gustábale correr a todo escape por las llanuras de Apure, persiguiendo a los venados que allí abundan. En el campamento mantenía el buen humor con oportunos chistes, pero en las marchas se le veía siempre algo inquieto; procuraba distraer su impaciencia entonando canciones patrióticas. Amigo del combate, acaso los prodigaba demasiado, y mientras duraban, tenía la mayor serenidad (…)
Por supuesto que este revolucionario latinoamericano tuvo sus ¿detractores? ¿enemigos gratuitos o tarifados? No sabemos, pero el poeta Pereira al referirse al asunto menciona a Ducoudray-Holstein y quien de paso sirvió de fuente a Marx. La lisonjería es un vicio humano de siglos y es mejor, cuando es fructífera, salpicada de monedas y nada de extraño –no lo dice Pereira sino quien escribe- que algunos individuos, sean la clase de que se sientan, vivan de esa manera. De hecho, hoy en pleno siglo XXI, tenemos a ciertos medios tarifados de comunicación en Latinoamérica y el mundo –nada en ellos es gratis- que opinan de acuerdo hacia donde se incline el peso del dinero y los negocios.
No hay alguna duda en el pensamiento revolucionario de Simón Bolívar. Un hombre que pensó que había que concederle mucho peso a la educación de las mayorías, revolucionando ese sistema educativo privilegiado y que había que darle un régimen legal justo a los ciudadanos que para entonces eran la servidumbre y que había que oponerse a la trata de esclavos, era obvio que generaba malestares.
La realidad actual se parece a esos viejos tiempos, en los que algunos individuos no logran aceptar que los privilegios son insanos. La demonización que vienen haciendo de la revolución bolivariana, desde hace diez años, no logra hacer mella en la mayoría de la población, la misma que siempre fue excluida de los beneficios del Estado.
La situación es igual en el resto de las naciones latinoamericanas. Quienes son los dueños de los privilegios atacan a todos los procesos gubernamentales que intenten hacer justicia, que quieran ser honestos, que manifiesten el amor por los tontos.
Es la gran realidad que todos los latinoamericanos deben entender y comenzar a actuar como lo que son, soberanos, autónomos, inteligentes, con identidades culturales propias y ricas y dueños de sus destinos hacia la gran nación donde todos sean dueños de si mismos y nunca jamás servidumbre de quienes se creen dueños del mundo.

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