Sociedades Americanas en 1828

La juventud americana necesita abrir los ojos sobre su situación, y los niños tienen que aprender a leer. Los jóvenes que han de reemplazar a los padres de hoy, deben pensar y escribir mejor que sus abuelos, si quieren que en América haya patria y lengua. Esto no lo conseguirán con escrúpulos, ni con burlas, ni con puntitos de erudición.
Simón Rodríguez, en Sociedades Americanas en 1828



viernes, 27 de agosto de 2010

Mi Bolívar andariego






Traemos a pertinentes un trabajo del colega colombiano Gustavo Páez Escobar, que publica en el diario El Espectador del vecino país. Se que a los lectores les agradará al conocer el trabajo de este escritor, pues a nuestro modo de apreciar las cosas, es diáfano al soltar con desenfado su descripción del héroe americano. 
Gustavo Páez Escobar
Hace 227 años nace un niño común y corriente que sin embargo sería un genio. Nadie pensaría que en aquella frágil figura se esconde el caudillo de la emancipación americana.
Ni que en ese rostro indefinible, entre ángel y demonio, o sea el mismo rostro de la humanidad entera, llega el donjuán irresistible que protagonizaría, al lado de las mujeres más bellas y más sensuales de la época, los mejores capítulos de la pasión romántica. Una de las condiciones del genio es parecerse a todos y sin embargo ser diferente de todos.
Los astros lo encarnan bajo un signo de fuego y le asignan la misma irradiación zodiacal de un Napoleón, por ejemplo, líder como él con tendencia al dominio sobre los demás y una actividad prodigiosa. Los nacidos en Leo son personas brillantes por naturaleza, ardientes y enamorados, sin vocación para los puestos subalternos y, por el contrario, con grandes ansias de poder. Pero son respetuosos de los valores estables, aunque se rebelan contra el orden vigente siempre que encuentran mejores sistemas de superación.
Estos ingredientes marcan en Bolívar su fiebre no tanto de predominio como de rectificación. Es un ser nervioso, inquieto, en constante movimiento. No ha nacido para el reposo, y sus propios padres no advierten que se mueve más de la cuenta en su cuna elemental. Desde entonces, ya Bolívar es hombre de acción.
Tal vez esto explica su espíritu andariego. No puede resignarse a un sitio estático, porque la quietud le produce descontrol y lo obliga a caminar, a agitarse, a rebelarse. Pero no es un enfermo de nervios, como tantos, sino un nervioso buscador de soluciones. Como no se conforma con la mediocridad, que también lo son la molicie y el ocio improductivo, siempre se encuentra en inquietud creadora. Que lo digan sus amantes voluptuosas y lo nieguen, si pueden, sus adversarios desorientados.
Con ese vigor libera cinco naciones y no deja dormir a los ejércitos españoles. Les sale adelante y los incita a estar despiertos, a mirar más lejos, a pensar mejor. Cruza montañas, ríos, naciones, como un águila impoluta entre vientos huracanados. Pichincha, Junín, Carabobo, Bárbula, Boyacá… por todas partes vaga su espíritu indomable. De país a país, de océano a océano, de continente a continente, recorre el mundo con su equipaje de viandante visionario y su aventura irreductible de descubrimiento y redención.
Mientras otros vagan, él planea. Mientras duermen, él seduce. Tiene tiempo, en pleno fragor de los combates, para escribir las cartas más románticas y combinar las estrategias más valerosas. Penetra en las alcobas ardientes donde un beso y un delirio le estremecen el alma inconmensurable, y con ese fuego hace bramar los Chimborazos y germinar las patrias de los oprimidos. Pone a Dios de testigo de su ímpetu de libertad, que no le da tregua para luchar la causa del hombre, y a la mujer la hace moderadora de sus emociones y la nombra su diosa guerrera.
Sus mejores pensamientos, sus consignas patrióticas, sus códigos sobre el honor y la emancipación de los hombres y los pueblos los escribe al rescoldo de las batallas y lo mismo en la cumbre victoriosa que en el abismo agobiante. “Es el tipo de hombre de acción que yo necesito para curarme de mi cansancio ideológico”, exclama un día, de tanto husmear sus huellas, el filósofo Fernando González.
Este Bolívar de la pupila vigilante y el alma ansiosa, que no tiene lugar fijo ni amante única, que se mueve por radiaciones cósmicas y mantiene confundidos a los historiadores y a los siquiatras, es el nervio que necesitamos para romper nuestra pereza y rebelarnos contra la decrepitud pavorosa de doscientos años de resignación. Bolívar: acción, llama, combate, estrategia.
Es el Bolívar que a mí me gusta. Me apasiona el héroe andariego, el trotamundos, el inconforme, el rabiosamente independiente, el mal humorado por el bien colectivo, el que fue capaz de desatar odios y amores con su genio fulgurante y su espada invencible. Este hombre de carne y fuego, de pasión y cerebro, de cruz y espada, que conoció los mayores esplendores de la gloria y los límites atroces de la ingratitud y la adversidad, es el genio que un día brota como un destello para luego morir como un relámpago.
Si los genios se dieran a montones no tendrían sentido. Por eso se requieren seres excepcionales como Cristo y Bolívar, y como ellos, luminosos y magnéticos para redimir a la humanidad.
Es preciso encontrar a Bolívar, por más andariego que sea y por más etéreo que parezca. Por eso está en todas partes. El mundo reclama hombres activos, hombres energéticos. La inmovilidad solo produce pequeñez, y los gigantes la rechazan

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