Sociedades Americanas en 1828

La juventud americana necesita abrir los ojos sobre su situación, y los niños tienen que aprender a leer. Los jóvenes que han de reemplazar a los padres de hoy, deben pensar y escribir mejor que sus abuelos, si quieren que en América haya patria y lengua. Esto no lo conseguirán con escrúpulos, ni con burlas, ni con puntitos de erudición.
Simón Rodríguez, en Sociedades Americanas en 1828



domingo, 21 de diciembre de 2008

Una referencia legítima, actual y determinante


Los que vivimos en el sur hemos despertado al camino de la esperanza y de alcanzar sueños y convertirlos, dejando a un lado la retórica, en hechos concretos. Así es y debe ser siempre porque los años se van gastando y si no nos ocupamos de las realidades en el camino van quedando los sueños convertidos en pesadillas, de las cuales no se van a librar aquellos quienes de una forma u otra han podido hacer algo para empujar nuestros pueblos hacia la necesaria transformación de este continente suramericano.
No es que pensemos que debemos ser eminentemente pragmáticos, ajenos a ese mundo espiritual y creador de los intelectuales y demás cultivadores de las ciencias humanísticas, que ciertamente constituyen la sal de la vida, sino que debemos lograr que la creación sea un hecho real que conduzca al bienestar de la mayoría. Tampoco significa que sepultemos a los grandes pensadores del pasado, porque estamos en un presente que difiere mucho del quehacer de ellos muy distinto al nuestro.
De lo que se ha tratado siempre, es de tener como referencias válidas a esos pensadores, visionarios y luchadores del pasado, porque aún cuando hayan pasado siglos, muchos de ellos tienen plena vigencia por sus actitudes.
En El magisterio americano de Bolívar, el fallecido maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa analiza con gran despliegue de conocimientos el pensamiento del Libertador en lo que concierne a su actitud positiva por la educación, pero resalta también otras cualidades y, entre ellas, el optimismo de nuestro héroe suramericano. Al respecto, en un aparte titulado Una lección de optimismo, Prieto Figueroa escribe:
-Alucinación o delirio de Casacoima llama la historia a la concepción bolivariana de libertar América, partiendo desde las márgenes del Orinoco. Locura denominaron la empresa sus tenientes, que le oyeron expresarla, todavía chorreando el agua cenagosa, después de un chapuzón en el sitio donde el Orinoco rebalsa la laguna Casacoima. Un piquete realista sorprendió a Bolívar, desprevenido con un grupo de oficiales. Para salvar la vida se lanzaron a la laguna, y ya en la otra orilla, mientras seguía buscándoles la partida española, guarecidos en un rancho destartalado, con resuelto ademán, la voz segura, dueño absoluto de sus sueños, dictó una lección de fe en el futuro americano al puñado de guerreros que le acompañaban, diciéndoles:
Salí de Los Cayos solo en medio de algunos oficiales, sin más recurso que la esperanza, prometiéndome atravesar el país enemigo y conquistarlo. Se ha realizado la mitad de mis planes; nos hemos sobrepuesto a todos los obstáculos hasta llegar a Guayana; dentro de pocos días rendiremos a todos los realistas de la zona, y entonces iremos a libertar Nueva Granada y, arrojando a los enemigos del resto de Venezuela, constituiremos a Colombia. Enarbolaremos después el tricolor sobre el Chimborazo e iremos a completar nuestra obra de libertad de América del Sur y asegurar nuestra independencia, llevando nuestros pendones victoriosos al Perú: el Perú será libre.
-Esa lección de fe (escribe el Maestro Prieto) prendió en los espíritus, y todos, reanimados por el fuego de aquella pasión libertadora, sintieron, no solamente que sus ropas se secaban, sino que les renacía la confianza en el triunfo.
Para este reconocido intelectual, “Bolívar se crecía en la adversidad. No podía desanimarse porque todos esperaban de él estímulos y dirección. Le impulsaba su fe en los destinos de América, y su pasión de libertad le inspiraba los esfuerzos y las palabras con que sembraba en los seguidores su mismo ardor y su misma voluntariosa energía, puesta entera contra la adversidad. Acaso el sueño de Casacoima, que era un plan ideal de redención, le reanimaba en los momentos difíciles. Por ello quizás, ya tramontados los Andes y en plena brega por consolidar la libertad del Perú, enfermo y abatido, en medio de los arenales de los desiertos peruanos próximos a Pativilca, rodeado de poderosos enemigos, a los cuales sólo podía oponer un menguado ejército con escasas armas y precarias provisiones, a la pregunta que le formulara el gran patriota neogranadino Don Joaquín Mosquera: “¿Qué piensa usted hacer ahora?”, respondió sin vacilaciones: “¡Triunfar!”…Luego que recupere mis fuerzas me iré a Trujillo. Si los españoles bajan de la cordillera a buscarme, infaliblemente los derroto con la caballería; si no bajan, dentro de tres meses tendré una fuerza para atacar. Subiré a la Cordillera y los atacaré.
La historia –escribió el Maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa- sabe del cumplimiento de esta promesa, que es lección de optimismo permanente dictada a nuestros pueblos. Poco tiempo después fueron Junín y Ayacucho, las batallas finales de la independencia americana y el comienzo de la gran batalla para ganar la paz, en un continente que se había acostumbrado a guerrear como única forma de subsistir. Realizar el tránsito del campamento regimentado a la vida de convivencia, bajo el imperio de la Ley, donde la fuerza mayor no estriba en el alcance de las armas, sino en la largueza de la justicia, fue una dura pelea que le amargó la vida y le llevó a la muerte.
Pero en el fondo, pensamos nosotros, la gran fuerza la dio su ejemplar y tenaz vida, su visión, su viva creencia en lo que hacía y toda la fe que le imprimió a su conducta. Por eso Simón Bolívar es una referencia legítima y determinante de una vida ejemplar para los latinoamericanos.

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