Sociedades Americanas en 1828

La juventud americana necesita abrir los ojos sobre su situación, y los niños tienen que aprender a leer. Los jóvenes que han de reemplazar a los padres de hoy, deben pensar y escribir mejor que sus abuelos, si quieren que en América haya patria y lengua. Esto no lo conseguirán con escrúpulos, ni con burlas, ni con puntitos de erudición.
Simón Rodríguez, en Sociedades Americanas en 1828



lunes, 27 de junio de 2016

EL PERIODISMO Y LOS VALORES EN CRISIS




En una ocasión me preguntaron ¿para qué servía un periodista? Y dije que  lo que ha estado sucediendo en el medio periodístico y/o de la comunicación, es que por fin nos encontrábamos en el ambiente adecuado, el cual ha permitido desvestir un modo de pensar y hacer las cosas por el que veníamos transitando los venezolanos, muy alejados de la realidad que nos circundaba y que ha estado sazonada con ingredientes que indigestaron al país.
Dicho de una manera sencilla, habíamos vivido con una impronta en donde una clase poderosa de la sociedad sumergió a otra clase, la mayoría, y le hizo vivir por décadas a la población una realidad que no le correspondía.
Y todo ello, ese gigantesco proceso de imposición de un culto imperial a la vida, se hizo a través de los medios impresos, radiales, televisivos, ahora reforzado digitalmente en las páginas web y redes sociales.
De allí la importancia de presentarle a los lectores dos aspectos de lo que ocurre en el periodismo venezolano y en el español, el primero de ellos, la opinión de la Plataforma de Periodistas y Comunicadores de Venezuela y en el segundo, un trabajo del profesor  español Antón R. Castromil. 


CRISIS DE VALORES EN EL PERIODISMO

La libertad de expresión es el derecho inalienable del pueblo a manifestar su opinión, a informar y ser informado oportuna, veraz e integralmente, sin otras restricciones que las establecidas en el Código de Ética de los Periodistas venezolanos.

    Las cuatro líneas anteriores corresponden al primer artículo de la Declaración de Principios del Colegio Nacional de Periodistas, aprobada por unanimidad en la Primera Convención Nacional de Periodistas, realizada en Caracas, entre el 3 y 5 de septiembre de 1976, y las mismas funcionan como el marco referencial para referirnos a la crisis de valores que vive el periodismo venezolano por estos días. Durante las primeras reuniones que sostuvieron los periodistas que posteriormente constituyeron la Plataforma de Periodistas y Comunicadores de Venezuela, hace unos 5 años atrás, aproximadamente, el motor que los movía se centraba en esos principios y como parte importante de ello en el rescate de los gremios periodísticos, en cierto modo dejados de lado, mientras se luchaba en función de fortalecer más el proceso revolucionario en marcha.

    Como es apreciable, algunos periodistas nunca conocieron dicha Declaración -lo que es factible porque cumplirá 38 años en septiembre próximo-, otros sabían de ella, algunos la leyeron pero no la concientizaron y, finalmente, el resto, quizá mediatizado, no la asumió como parte de su vida, pero sí recibió -y siempre- los mensajes subliminales corporativos y políticos de una clase que le hizo creer que ellos también formaban parte de ese sector político-empresarial, económicamente bien acomodado. Es también visible y como una referencia valedera e inocultable para los venezolanos, el dejar bien claro que nuestro periodismo ya había demostrado su deleznable proceder durante la campaña electoral que llevó a la Presidencia de la nación al Comandante Hugo Rafael Chávez Frías, conducta que les llevó a actuar como gorrones de la conciencia de sus trabajadores y de los ciudadanos en general. Basta con recordar cómo actuaron los medios en el golpe de Estado el 11 de abril de 2002 con la mentira, la manipulación y el sesgo como arma política.

Desde entonces y hasta el presente, los medios no han cesado en sus ataques a la revolución bolivariana, a su dirigencia y a todos los sectores de la sociedad – con la notable excepción de la clase oligarca y muy apoyados estratégica y financieramente por el imperio corporativo de EE.UU y las naciones que funcionan como sus colonias.Y en ese centro de la información y la comunicación, los dueños de los medios en sus diversas especialidades y sus trabajadores, así como las escuelas universitarias de formación, sus gremios, el periodismo, su ejercicio y los periodistas, el deterioro se hizo presente, al punto que la discusión hoy día entre los periodistas, los comunicadores y  la sociedad venezolana es en torno a la desfiguración de una parte del periodismo y una parte de los periodistas, por lo que ya es absolutamente necesario, no el rescate de los gremios periodísticos, sino de la profesión, de la ética al servicio de los intereses de la patria. 

No debe olvidarse –jamás- que la gran discusión que arropa toda la vida del país está centrada en el modelo de la Revolución Bolivariana, que funciona sobre la base de la doctrina de Simón Bolívar y que persiste en llevar a los habitantes de este país la mayor suma de felicidad posible, y en esa discusión están los periodistas que ética y moralmente velan por la ciudadanía y aquellos que velan por los intereses de los dueños de los medios de comunicación y de la clase social a la que representan.  Por otro lado, no hay necesidad de mucho filosofar cuando nos preguntan para qué servimos los periodistas. En primer término, somos los intermediarios entre los que gobiernan y los habitantes del país. No estamos -como dice la Declaración de Principios- “sometidos a los intereses propios del empleador, que están más allá de las normas explícitamente expresadas en la constitución Nacional, en el Código de Ética, en la Ley de Ejercicio del Periodismo y su Reglamento. Por lo tanto, el periodista defenderá frente a las empresas el respeto a sus creencias, ideas y opiniones”.

Así, mantenemos el esfuerzo de considerar a la libertad de expresión como “...un principio básico de la democracia, que implica el acceso a los medios de las grandes mayorías de la población y que no debe ser privilegio solamente de los propietarios de los medios de comunicación. Por lo tanto, los periodistas venezolanos propiciarán el acceso de las opiniones de los más diversos sectores, sin discriminaciones de raza, sexo, religión, ideología o clase social a los espacios informativos de los medios impresos o audiovisuales”. Es decir, debemos tener la verdad, tal como lo estbalece nuestro Código de Ética,  como norma irrenunciable, escuchar a la mayoría de la población y no dejarnos manipular ni mediatizar, porque hacerlo es permitir agresiones a la conciencia y al espíritu de la mayoría ciudadana. Un elevado número de periodistas se rige por estos principios, los que también deberán estudiar, analizar y concientizar el estudiantado de las escuelas de comunicación social y los comunicadores populares.

Los periodistas y comunicadores populares servimos también para mantener el equilibrio de la democracia e impedir que la población sea arrastrada por la mentira de algunos politiqueros, dueños de medios de comunicación privados y ese sector que en el pasado manejó y se enriqueció de los intereses económicos de Venezuela. No es fácil diagnosticar el periodismo venezolano de este tiempo por las características de su transfiguración, la cual lo ha llevado a intentar vender mentiras en una forma que se recuerda cuando los conquistadores españoles llegaron a nuestro continente y ante la rebeldía de nuestros indígenas legaron a mentir diciendo que eran caníbales.

En esa revisión del periodismo venezolano y su crisis, hay que hacerlo –en primer lugar- comenzando por lo que hace la televisión venezolana, que debe entenderse como una empresa de comunicación, que lo es, con 64 años, cuando fue creado el Canal 5. ¿Ha ocurrido una transformación en la televisión venezolana en estos años? Hay que responder negativamente. Lo único que ha variado es tecnológicamente, en la escenografía.  El canal del Estado permanece anclado con una programación tan variada que se difumina el mensaje de lo que hace la Revolución y con programas  que desvirtúan el carácter educativo de este importante medio e comunicación. En los medios impresos y radiales no ha existido cambio alguno en el último medio siglo, salvo la corriente que trajo del exterior la novedad del diseño y el denominado “Nuevo Periodismo”, que no fue otra cosa que el escribir de una manera ligera y expositiva, en algún modo, de cierto tremendismo intelectual.

     Pese a que la  radio es uno de los medios que llega a todos los sectores de un país. Muchos gobiernos, entre ellos EEUU, Rusia, China, Cuba, Francia y Reino Unido le dan gran  importancia  en sus políticas comunicacionales. Le asignan recursos necesarios en sus presupuestos anuales. Está dentro de  las políticas de Estado. Pero en Venezuela  esto no es así, pese a la situación política motivada por factores internos y a los ataques de la derecha internacional. Su manejo no responde a la situación de una guerra de cuarta generación que se hace en lo interno y externo. Son muchos los  ataques  que se reciben desde  diversos países. Ocurrieron  durante el gobierno del comandante Hugo Chávez y continúan desde el mismo día  que el presidente Nicolás Maduro asumió la presidencia de la República Bolivariana de Venezuela. Es una guerra sin cuartel nunca vista en  América Latina o quizás en el mundo. Esta campaña la realizan medios privados  en lo interno “que mantienen una abierta afiliación de contenidos y de línea editorial con las transnacionales de la comunicación en conjunto desarrollan una campaña de descrédito persistente contra la Revolución Bolivariana y las instituciones del Estado venezolano” (La Hegemonía de las Corporaciones Mediáticas-Minci-abril 2015) Y en lo  internacional la campaña viene de Estados Unidos, Colombia, España, Chile, Argentina, Perú, México y otros países,  pero Venezuela no tiene una voz internacional para su defensa. Son fallas   que se tienen a nivel nacional y en lo internacional  con los medios de radiodifusión  del Estado. A esto se suma que     las Embajadas, en su mayoría, supuestamente, no cumplen su función de informar sobre el acontecer venezolano.
  Son dieciséis años de revolución y nada ha pasado en el periodismo salvo la reedición del Correo del Orinoco por parte del Comandante de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez, creyente fervoroso en la necesaria artillería del pensamiento. Luego, el diario VEA, conducido por un revolucionario, un comunista, y el diario Ciudad CCS, interesante experiencia informativa. Los medios venezolanos en la revolución bolivariana han sido todo lo contrario a lo que esperaría una revolución, es decir, que los periodistas participen y sean protagonistas de la Línea Informativa, que va desde la discusión de los temas a publicar y la selección de las informaciones en la primera página. Y si nos referimos a la formación de los periodistas pues la lógica nos dice que no los están formando. Simplemente instruyen u orientan comunicadores sociales, especialistas en el “periodismo corporativo”, una invención muy a propósito de la necesidad de desarrollo de las relaciones públicas, las mismas que comenzaron en Venezuela con las empresas petroleras que controlaban el área. Nada que ver con el periodismo y su pasión.
   Tenemos un Ministerio de Información y Comunicación que se encarga de la información del Estado, pero consideramos que hace falta una Política Comunicacional integral, con la participación efectiva de las organizaciones de periodistas y comunicadores que respaldan el proceso revolucionario que contribuyan no solo a la difusión de las actividades gubernamentales, sino a la organización y concientización de las mayorías. 

Plataforma de Periodistas y Comunicadores de Venezuela


 ¿Crisis en el periodismo?
El periodismo puede ser ahora más plural, al ampliarse el eco de voces disponibles a las que dar cobertura.
De vez en cuando me gusta comenzar alguna de mis clases provocando: El sistema representativo no es un régimen plenamente democrático (Aristóteles), hay autores (Sartori, Lippmann) que sostienen que está bien que representante y opinión pública sólo se comuniquen cada cuatro años o que quizá no sea conveniente que nuestros políticos vean limitados sus mandatos (elección racional).
Mis estudiantes de periodismo levantan el entrecejo, agrandan los ojos y, los más aguerridos, me miran con desdén. ¿Este señor se ha vuelto loco? El problema de los “lugares comunes” es que opera en ellos más la creencia, la repetición acrítica y el dogma quasi religioso que la reflexión. La simple llamada al debate suscita recelo y extrañeza.
Pero quizá una de las cuestiones que más preocupa a los futuros periodistas tiene que ver con asuntos relacionados con el propio oficio de comunicar. Si en los debates sobre democracia y opinión pública hacía acto de presencia la rebeldía propia del adolescente, asoma ahora la resignación de un profesional que se siente asediado.
El periodismo español siempre ha sido una profesión desorganizada (autorregulación inexistente) con un estatuto jurídico resbaladizo (secreto profesional, cláusula de conciencia, acceso laboral). Pero, sobre todo, ha estado y está sometido a intensas presiones políticas, además de comerciales.
Esta estrecha relación con el poder se ve reforzada desde el propio mundo de la comunicación: muchos medios españoles, especialmente los más importantes, tienden a creer que su labor en la sociedad tiene mucho más que ver con la influencia que con la información. Con convertirse en un actor político de primer orden que con fomentar la aparición de una opinión pública crítica e independiente. ¿O algún analista sensato sigue pensando que la labor de la prensa de referencia, por poner un ejemplo, reside principalmente en informar?
A la debilidad como institución y a las presiones políticas y económicas se le ha venido a sumar, de un tiempo a esta parte, un nuevo frente de batalla: el periodismo ha perdido el monopolio a la hora de seleccionar ( agenda setting) y encuadrar ( framing) temas de debate a la sociedad. Debe convivir ahora con actores hasta hace poco relegados a la periferia del sistema.
No es ningún secreto que desde la generalización del uso de Internet vivimos en una sociedad potencialmente más abierta. Aquellos ciudadanos que dispongan de los suficientes recursos (tiempo, destrezas técnicas, motivación) estarán en condiciones de desafiar al viejo stablishment mediático.
Esta nueva realidad, sin embargo, no deja de presentar claroscuros. Por un lado, se podría estar formando un mundo más desigual: el nuevo cleavage o fractura social (al estilo de los descritos por Lipset y Rokkan) divide a los que saben moverse en las redes sociales y demás artefactos comunicativos asociados a la Red y los que no. A los primeros los nuevos tiempos les tienen reservado un lugar un primera fila, una atalaya privilegiada desde la que observar e intervenir en el debate público. Los segundos simplemente no existen, no cuentan y no les espera otro destino que la desconexión. Tiempo al tiempo.
Por otro lado, aquellos que sí saben navegar en el nuevo río revuelto de la comunicación tienen la posibilidad, con un poco de suerte y dedicación, de abandonar el arrabal y trasladarse al lado de los influyentes. A esa ribera del río exclusiva, hasta hace muy poco, de los grandes medios de comunicación, movimientos sociales y grupos de presión poderosos.
Pongamos el ejemplo que todos tenemos en mente: ¿Qué significa Podemos más que esto, un movimiento-partido que, entre otras cosas, ha sabido aprovechar las nuevas potencialidades comunicativas para abrirse paso en dirección al mismísimo centro del sistema político? Podemos se ha convertido en lo que hoy es y en el desafío al statu quo que supone sin la ayuda de los medios de comunicación tradicionales . O, más bien, a pesar de la oposición de los grandes medios convertidos, también ellos, en “casta”.
El ejemplo de Podemos –tratado recientemente en otro lugar– nos pone sobre aviso: la labor de mediación (objetividad) y mediatización (influencia) del periodismo se ha desbordado.
¿Ha muerto el periodismo? Contestar a la pregunta con un lacónico “sí” implica hacerse heredero de ese viejo lamento de inspiración conservadora: “Todo tiempo pasado fue mejor”. Supone, en definitiva, el miedo al cambio y confundir transformación con crisis. Cuando, en realidad, se trata de dos fenómenos no necesariamente relacionados.
Lo que le está pasando al periodismo es, simplemente, que se encuentra inmerso en un profundo proceso de transformación, del mismo modo que muchas otras dinámicas sociales. ¿O no está cambiado el mundo del trabajo, del ocio o de la administración pública cuando lo que predomina es Internet? ¿Desaparecerán trabajo, ocio o administración pública? Pues yo creo que no. Lo que sucede es que se están transformando de raíz.
Lejos de ver el cambio como amenaza, sería bueno contemplarlo como una oportunidad. El periodismo puede ser ahora más plural, al ampliarse el eco de voces disponibles a las que dar cobertura. Puede y debe seguir siendo de utilidad, sobre todo a la hora de organizar un mundo informativamente caótico. En este sentido, el “criterio periodístico” se hace más necesario que nunca.
Pero este nuevo periodismo no debería olvidar el lugar desde el que ha sido engendrado: una posición condicionada por un ciudadano que ahora ocupa un lugar destacado. Estamos pasado de un esquema dominado por la figura del espectador a otro en el que lo que prevalece es un emisor en potencia. Y conviene prestarle oído.

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