Sociedades Americanas en 1828

La juventud americana necesita abrir los ojos sobre su situación, y los niños tienen que aprender a leer. Los jóvenes que han de reemplazar a los padres de hoy, deben pensar y escribir mejor que sus abuelos, si quieren que en América haya patria y lengua. Esto no lo conseguirán con escrúpulos, ni con burlas, ni con puntitos de erudición.
Simón Rodríguez, en Sociedades Americanas en 1828



miércoles, 5 de noviembre de 2008

Una brecha en el tiempo


El mundo ya sabe que hay un sendero por donde vuelve a caminar la humanidad latinoamericana. La verde maleza aplastada contra el suelo muestra huellas recientes e indicios de una travesía lejana. El reconocimiento de los pueblos primigenios (entre 28 y 35 etnias) por la Constitución Bolivariana de Venezuela 1999, en cuyo preámbulo deja claramente establecido que se hizo una constituyente para refundar la República a fin de establecer una sociedad democrática, participativa y protagónica, multiétnica y pluricultural, en un Estado de justicia…que consolide los valores de la libertad, la independencia, la paz, la solidaridad, el bien común, la integridad territorial, la convivencia y el imperio de la ley para esta y las futuras generaciones, se deja sentir en el alma de las naciones del sur.
Aún cuando tenebrosas iniciativas se han tejido tras escritorios y han corrido por entre llanos, ríos y montañas, ocasionando deterioro en las vecindades, hombres y mujeres del continente sudamericano se han encontrado, sintiendo la necesidad de la unión como una bisagra que rescata los pasos andados.
La reunión del Grupo de Río en el primer trimestre de 2008, en la República Dominicana, fue la expresión de un sentimiento solidario en Latinoamérica pues toda la familia de este continente sureño intervino para impedir una confrontación entre naciones hermanas, lo que ponía al descubierto un tercero conocido: la intervención y manipulación del poder político y económico estadounidense, que aspiraba concretar su estrategia de invadir y apoderarse de las reservas petroleras y agua dulce venezolanas, utilizando como disfraz a Colombia y el deteriorado pero bien planificado argumento de una agresión al vecino Ecuador, en una supuesta persecución en caliente a miembros de la guerrilla colombiana.
Los caballeros del Grupo de Río, porque no hay otra forma de llamarlos, limpiaron la embarazosa circunstancia en la que había caído uno de sus miembros, a instancias de las ambiciones imperiales estadounidenses. El tiempo histórico que suele abrazar siempre a la humanidad, permite traer en esta circunstancia ese sentimiento, ese sentir que heredado por los latinoamericanos, escrito por el brasileño José Veríssimo, Bolívar, profesor de energía y que forma parte de la antología de ensayos del desaparecido historiador Juvenal Herrera Torres, titulada Bolívar, Quijote de América.
Bolívar, poeta de la acción
Así, escribió Veríssimo sobre el prócer: “Dotado de una imaginación ardiente de poeta de la acción, potente idealista, Bolívar soñó una confederación de los pueblos americanos. En esta grandiosa empresa el Libertador empeñó la parte viva y sana de su obra. Arranques impulsivos no lo hicieron desviar de su propósito”. Y más adelante,
“Desde el momento en que aparece, y durante todo el curso de su emotividad revolucionaria, Bolívar es uno de los pocos espíritus, sino el único, que penetra con lúcida comprensión el levantamiento de América contra España, su trascendencia ulterior y el medio social de las colonias. Lo atestiguan claramente sus cartas, sus discursos, sus mismas proclamas. En tales documentos abundan las ideas, las previsiones, las sagacidades de sociólogo, y aún consejos y sugestiones de mero buen sentido, dignos de la discreción de un Washington. Es de ver la perspicacidad y el vigor de su pensamiento, la propiedad de su expresión, la justeza con que define y caracteriza los pueblos sobre los cuales obra. Analiza las capacidades de cada uno de ellos, les inculca virtudes y hasta les predice el porvenir; predicción que se cumple en todos, desde México hasta Chile y el Plata”.
Pero Veríssimo no se queda allí y adiciona detalles al decir que “Su ardor cívico (de Bolívar), con todo, era más grande, y su idealismo más exaltado que su visión de las cosas, generalmente perfecta. Ensombreciendo su clara mirada de hombre de Estado, se pone en contradicción con su propia experiencia y su propio juicio sobre aquel medio social, del cual era, puede decirse, producto no natural, sino milagroso. El proyecto de confederar o unir los pueblos de Hispanoamérica hace más honor a su noble espíritu que a su inteligencia práctica, aunque de ésta diera prueba en múltiples ocasiones. Esa vasta confederación debía tener su sede en el istmo de Panamá, del cual comprendió Bolívar mejor y antes que nadie la importancia. ¿No fue el precursor de la apertura del canal? ¿No quiso él mismo realizarla en 1822? Ya en 1815 escribía respecto a Panamá y centroamérica:
-Esta magnifica posición entre los dos mares podrá ser, con el tiempo, el emporio del universo. Sus canales acortarán las distancias del mundo, estrecharán los lazos comerciales de Europa, América y Asia, traerán a tan feliz región los tributos de las cuatro partes del globo. Acaso sólo allí podrá fijarse algún día la capital de la tierra, como pretendió Constantino que fuese Bizancio la del antiguo hemisferio.
Recordar a Simón Bolívar en este preciso e importante tiempo de la primera década del siglo XXI, no es sino colocar frente a frente, esas dos imágenes que la historia registra con la precisión de un buril: Los tiempos de los sueños dorados del Libertador, que se volvieron prácticos en la liberación y creación de países y en alcanzar una gran confraternidad y los tiempos actuales, donde los propios latinoamericanos comienzan a tener un mayor sentimiento de identificación con el hecho de ser parte de una sola gran región. Hoy, son muchos los senderos que se han abierto en Sudamérica, por donde comienzan a transitar los vecinos de siempre.

No hay comentarios: